Murray Newton Rothbard (2 de marzo de 1926 - 7 de enero de 1995) fue un
economista,
historiador y
teórico político estadounidense perteneciente a la
Escuela Austríaca de Economía, que contribuyó a definir el moderno
liberalismo de corte libertario (conocido también como
libertarismo) y popularizó una forma de
anarquismo de
propiedad privada y
libre mercado al que denominó "
anarcocapitalismo". A partir de la tesis austríaca sobre la
acción humana favorable al
capitalismo y en rechazo a la planificación central o estatal, junto al
iusnaturalismo jurídico respecto a la validez de los
derechos individuales, y teniendo de precedente la idea de
anarquía de los
anarcoindividualistas del siglo XIX, Rothbard llega a sus propias conclusiones formulando la teoría política del
anarcocapitalismo.
Sostenía que aquellos servicios útiles que presta el gobierno, que
están monopolizados por este, podrían ser suministrados en forma mucho
más eficiente y moral por la iniciativa privada. Según Rothbard las
actuales funciones del Estado se dividen en dos: aquéllas que es preciso
eliminar, y aquéllas que es preciso privatizar. Las privatizaciones
propuestas por Rothbard se basan en el principio de
apropiación original y un
derecho natural fundamentado en el
principio de no-agresión,
Todos los filósofos están casi de acuerdo en considerar que el
fundamento de la naturaleza humana es la libertad, afirma Rothbard, pero
así mismo dice que solo los libertarios -en especial los
anarcocapitalistas- sacan de ello conclusiones coherentes. La libertad
es el derecho natural, para todo individuo, de disponer de sí mismo y de
lo que ha adquirido ya sea por medio de la transformación, intercambio o
la donación. La libertad y el derecho a la propiedad son, pues,
indisociables. Todo atentado a la propiedad es un atentado a la
libertad. Según Rothbard las sociedades que separan la libertad y el
derecho a la propiedad privan al hombre de las condiciones para ejercer
realmente sus derechos.
“¡Eres raro, no eres ni de izquierda ni de derecha!”. Esta
observación, hecha después de un discurso que di, mostró una visión poco
común. Fue raro, porque era muy extraño escuchar a alguien que llegara a
esa conclusión por su cuenta. Y fue perspicaz porque fue precisa.
La mayoría de la gente parece siempre estar buscando términos
simplistas y simplificadores, de generalizaciones cómodas y prácticas,
pues les ayudan en sus discursos y definiciones. Estos términos se
utilizan para reemplazar definiciones tediosamente largas y complejas.
Sin embargo, es fundamental tener cuidado a la hora de elegir los
términos, pues es común que estas simplificaciones generen trucos
semánticos y producen un alivio a los que los utilizan. Me temo que este
es el caso de los términos “izquierda” y “derecha” cuando definimos a
los libertarios, porque como espero demostrar, ni estamos en la derecha
ni en la izquierda con respecto a todo el espectro ideológico aceptable
de nuestra era.
“Izquierda” y “derecha” describen, cada uno, posiciones autoritarias.
La libertad no tiene ninguna relación horizontal con el autoritarismo.
La relación entre el liberalismo con el autoritarismo es vertical; va
mucho más allá de la putrefacción de hombres esclavizando a otros
individuos. Pero empecemos desde el principio.
Hubo un momento en que la “izquierda” y la “derecha” eran nombres
apropiados y nada inexactos para las diferentes ideologías. Los primeros
izquierdistas eran un grupo de representantes recién elegidos para la
Asamblea Nacional Constituyente
de Francia, a principios de la Revolución Francesa en 1789. Fueron
etiquetados “izquierdistas” simplemente porque, por casualidad, estaban
sentados en el lado izquierdo de la cámara legislativa francesa.
Los izquierdistas de la época eran, para todos los propósitos
prácticos, ideológicamente similares a lo que hoy podríamos llamar
“libertarios”. Ya que los derechistas representaban la ideología
opuesta: estatistas e intervencionistas -en resumen, autoritarios.
“Izquierda” y “derecha” en Francia, durante el período 1789-90, eran
términos que presentaban, al mismo tiempo, una mayor comodidad semántica
y un alto grado de precisión.
Pero luego vinieron los jacobinos autoritarios, y el término
“izquierdista” fue expropiado rápidamente por ellos, empezando a tener
un significado opuesto. “Izquierdista” pasó a convertirse en sinónimo de
igualitarista, siendo después asociado con las vertientes del
socialismo marxista: comunismo, socialismo, fabianismo. ¿Qué pasó,
entonces, con el término “derechista”? ¿Dónde encajaría ahora, después
de esta rotación semántica del término “izquierdista”? Los camaradas de
Moscú se encargaron de esta tarea, y en su beneficio: cualquier cosa que
no fuera comunista o socialista se decretó y se anunció como
“fascista”. Por lo tanto, cualquier ideología que no encajaba totalmente
dentro de la etiqueta de comunista (izquierda) pasó a ser popularmente
llamado fascista (derecha).
Esta es la definición de fascismo según el diccionario Webster:
“Cualquier programa destinado a la creación de un régimen autocrático
centralizado nacional con políticas nacionalistas y seriamente
comprometidos en un intenso programa de reglamentación de la industria,
comercio y finanzas; con una rígida censura y una energética supresión
de la oposición”.
¿Cuál es, en la práctica, la diferencia entre comunismo y fascismo?
Ambas son claras formas de estatismo y autoritarismo. La única
diferencia entre el comunismo de Stalin y el fascismo de Mussolini es un
detalle insignificante en la estructura organizacional. ¡Pero uno es de
“izquierda” y el otro es de “derecha”! Entonces, ¿dónde deja eso a todo
libertario en un mundo en el que los términos fueron definidos por
Moscú? El libertario es, en realidad, todo lo contrario del comunista.
Sin embargo, si el libertario usa los términos “izquierda” y “derecha”,
estará cayendo en la trampa semántica de convertirse en un “derechista”
(fascista) por el simple hecho de no ser un “izquierdista” (comunista).
Eso sería un suicidio semántico para los libertarios, una invención
artificial que automáticamente excluiria su existencia. Mientras los
comunistas y los socialistas sigan utilizando esta definición, hay
varias razones para los libertarios evitar usarla.
Un gran problema que se planteará en el caso que el libertario opte
por usar la terminología izquierda- derecha es la gran tentación que
esta postura crea para aplicar la doctrina del término medio. Durante
casi veinte siglos, el hombre occidental aceptó la teoría aristotélica
de que la posición sensata está entre dos extremos, que hoy es conocida
como la posición moderada, conciliadora, la tercera vía, o simplemente
el centro. Si los libertarios utilizan los términos “izquierda” y
“derecha”, ellos serán calificados como extrema derecha por el simple
hecho de ser extremadamente distantes en sus creencias del comunismo.
Pero la “derecha” es un término que pasó a ser exitosamente identificado
con el fascismo. Por lo tanto, cada vez más personas creen que la
postura sensata sería en algún lugar entre el comunismo y el fascismo,
ya que ambos significan autoritarismo.
Seis mitos sobre el libertarismo
El
libertarismo es la corriente política de más auge hoy en América. Antes
de juzgarla y evaluarla, es de vital importancia dilucidar precisamente
en qué consiste la doctrina y, más en concreto, en qué no consiste. Es
especialmente relevante aclarar unos cuantos malentendidos que la
mayoría de la gente tiene acerca del libertarismo, en particular los
conservadores. En este ensayo enumeraré y analizaré críticamente los
mitos más comunes en relación con el libertarismo. Cuando nos hayamos
deshecho de éstos, entonces la gente será capaz de discutir sobre el
libertarismo sin fábulas, mitos y malentendidos, y tratar con éste tal y
como corresponde: de acuerdo con sus verdaderos méritos y deméritos.
Mito
#1: Los libertarios creen que cada individuo es un átomo aislado,
herméticamente sellado, actuando en un vacío sin influenciarse con los
demás.
Ésta es una acusación habitual, pero harto curiosa. En
toda una vida de lector de literatura libertaria no me he topado con un
solo teórico o autor que sostuviera algo parecido a esta posición. La
única posible excepción es el fanático Max Turner, un alemán
individualista de mediados del siglo XIX quien, sin embargo, tuvo una
repercusión mínima en el libertarismo de su tiempo y posterior. Además,
la explícita filosofía “la fuerza hace el derecho” de Turner y su
rechazo de todo principio moral incluyendo los derechos individuales,
tenidos por “fantasmas mentales”, dudosamente le acreditan como
libertario en cualquier sentido. Aparte de Turner no hay nadie con una
opinión siquiera remotamente similar a la que sugiere esta acusación.
Los
libertarios son metodológica y políticamente individualistas, desde
luego. Ellos creen que sólo los individuos piensan, valoran y eligen.
Creen que cada individuo tiene derecho a la propiedad sobre su cuerpo,
libre de interferencias coercitivas. Pero ningún individualista niega
que la gente se influencie mutuamente de forma constante en sus
objetivos, en sus valores, en sus iniciativas y en sus ocupaciones. Como
Friedrich A. Hayek mencionó en su notable artículo “The Non-Sequitur of
the ‘Dependence Effect’”, el asalto de John Kenneth Galbraith a la
economía de libre mercado en su best-seller “The Affluent Society” se
cimentaba en esta premisa: la economía asume que cada individuo llega a
su escala de valores de un modo totalmente independiente, sin estar
sujeto a la influencia de nadie más.
Por el contrario, como
responde Hayek, todos saben que la mayoría de la gente no produce sus
propios valores, sino que es instigada a adoptarlos de otras personas.
Ningún individualista o libertario niega que la gente se influencie
mutuamente todo el tiempo, y por supuesto no hay nada de nocivo en este
ineludible proceso. A lo que los libertarios se oponen no es a la
persuasión voluntaria, sino a la imposición coercitiva de valores
mediante el uso de la fuerza y el poder policial. Los libertarios no
están en modo alguno en contra de la cooperación voluntaria y la
colaboración entre individuos; sólo en contra de la obligatoria
pesado-cooperación impuesta por el Estado.
Mito #2: Los libertarios son libertinos: son hedonistas que anhelan estilos de vida alternativos.
Este
mito ha sido planteado recientemente por Irving Kristol, quien
identifica la ética libertaria con el hedonismo y asevera que los
libertarios “veneran el catálogo de Sears Roebuck y todos los estilos de
vida alternativa que la afluencia capitalista permite elegir al
individuo”.
El hecho es que el libertarismo no es ni pretende ser una completa guía
moral o ascética, sino sólo una teoría política, esto es, el importante
subconjunto de la teoría moral que versa sobre el uso legítimo de la
violencia en la vida social. La teoría política se refiere a aquello que
es apropiado o inapropiado que el gobierno haga, y el gobierno se
distingue de cualquier otro grupo social como la institución de la
violencia organizada. El libertarismo sostiene que el único papel
legítimo de la violencia es la defensa de la persona y su propiedad
contra la agresión, que cualquier uso de la violencia que vaya más allá
de esta legítima defensa resulta agresiva en sí misma, injusta y
criminal. El libertarismo, por tanto, es una teoría que afirma que cada
individuo debe estar libre invasiones violentas, debe tener derecho para
hacer lo que quiera excepto agredir a otra persona o la propiedad
ajena. Lo que haga una persona con su vida es esencial y de suma
importancia, pero es simplemente irrelevante para el libertarismo.
Luego
no debe sorprender que haya libertarios que sean de hecho hedonistas y
devotos de estilos de vida alternativos, y que haya también libertarios
que sean firmes adherentes de la moralidad burguesa convencional o
religiosa. Hay libertarios libertinos y hay libertarios vinculados
firmemente a la disciplina de la ley natural o religiosa. Hay otros
libertarios que no tienen ninguna teoría moral en absoluto aparte del
imperativo de la no-violación de derechos. Esto es así porque el
libertarismo per se no pregona ninguna teoría moral general o personal.
El libertarismo no ofrece un estilo de vida; ofrece libertad, para que
cada persona sea libre de adoptar y actuar de acuerdo con sus propios
valores y principios morales. Los libertarios convienen con Lord Acton
en que “la libertad es fin político más alto”, pero no necesariamente el
fin más alto en la escala de valores de cada uno.
No hay ninguna
duda acerca del hecho, sin embargo, de que el subgrupo de libertarios
que son economistas pro-mercado tienden a mostrarse complacidos cuando
el libre mercado dispensa más posibilidades de elección a los
consumidores, elevando así su nivel de vida. Incuestionablemente, la
idea de que la prosperidad es mejor que la miseria absoluta es una
proposición moral, y nos conduce al ámbito de la teoría moral general,
pero no es una proposición por la que crea que deba disculparme.
Mito
#3: Los libertarios no creen en los principios morales; se limitan al
análisis de costes-beneficios asumiendo que el hombre es siempre
racional.
Este mito está desde luego relacionado con la
precedente acusación de hedonismo, y en parte puede responderse en la
misma línea. Hay libertarios, particularmente los economistas de la
escuela de Chicago, que rechazan la libertad y los derechos individuales
como principios morales, y en su lugar intentan llegar a conclusiones
de política pública sopesando presuntos costes y beneficios sociales.
En
primer lugar, la mayoría de libertarios son “subjetivistas” en
economía, esto es, creen que las utilidades y los costes de los
distintos individuos no pueden ser sumados o mesurados. Por tanto, el
concepto mismo de costes y beneficios sociales es ilegítimo. Pero, más
importante, la mayoría de libertarios fundamentan su postura en
principios morales, en la convicción en los derechos naturales de cada
individuo sobre su persona o propiedad. Ellos creen entonces en la
absoluta inmoralidad de la violencia agresiva, de la invasión de los
derechos sobre la propia persona y propiedad, independientemente de qué
individuo o grupo ejerce dicha violencia.
Lejos de ser inmorales,
los libertarios simplemente aplican una ética humana universal al
gobierno del mismo modo que cualquier otro aplicaría esta ética a cada
persona o institución social. En concreto, como he apuntado antes, el
libertarismo en tanto que filosofía política que versa sobre el uso
legítimo de la violencia, toma la ética universal a la que la mayoría de
nosotros nos acogemos y la aplica llanamente al gobierno. Los
libertarios no hacen ninguna excepción a la regla de oro y no dejan
ninguna laguna moral, no aplican ninguna vara de medir distinta al
gobierno. Es decir, los libertarios creen que un asesinato es un
asesinato y que no deviene santificado por razones de estado si es
perpetrado por el gobierno. Nosotros creemos que el robo es un robo y
que no queda legitimado porque una organización de ladrones decida
llamarlo “impuestos”. Nosotros creemos que la esclavitud es esclavitud
incluso si la institución que la ejerce la denomina “servicio militar”.
En síntesis, la clave en la teoría libertaria es que no concede
excepción alguna al gobierno en su ética universal.
Por tanto,
lejos de ser indiferentes u hostiles a los principios morales, los
libertarios los consuman siendo el único grupo dispuesto a extender
estos principios por todo el espectro hasta al gobierno mismo.
Es
cierto que los libertarios permitirían a cada individuo elegir sus
valores y actuar acorde con ellos, y reconocerían en suma a cada
individuo el derecho a ser moral o inmoral según su juicio particular.
El libertarismo se opone firmemente a la imposición de todo credo moral a
cualquier persona o grupo mediante el uso de la violencia – excepto,
por supuesto, la prohibición moral de la violencia agresiva en sí misma.
Pero debemos percatarnos de que ninguna acción puede considerarse
virtuosa a menos que sea emprendida en libertad, habiendo consentido
voluntariamente la persona. Como dijera Frank Meyer:
“No puede
forzarse a los hombres a ser libres, ni puede forzárseles a ser
virtuosos. Hasta cierto punto, es verdad, pueden ser obligados a actuar
como si fueran virtuosos. Pero la virtud es el fruto de la libertad bien
empleada. Y ningún acto, en la medida en que sea coaccionado, puede
implicar virtud – o vicio” .
Si
una persona es obligada por la fuerza o la amenaza de la misma a llevar
a cabo una determinada acción, entonces ésta ya no supone una elección
moral por su parte. La moralidad de una acción sólo puede ser el
resultado de una decisión libremente adoptada; una acción difícilmente
puede tildarse de moral si uno la acomete a punta de pistola. Imponer
las acciones morales o prohibir la acciones inmorales, por tanto, no
fomenta la moral o la virtud. Por el contrario, la coerción atrofia la
moralidad porque priva al individuo de la libertad para ser moral o
inmoral, y entonces necesariamente despoja a la gente de la posibilidad
de ser virtuosa. Paradójicamente, pues, la moral obligatoria nos sustrae
la oportunidad misma de actuar moralmente.
Es además
especialmente grotesco dejar la salvaguarda de la moralidad en manos del
aparato estatal, es decir, ni más ni menos que la organización de
policías, gendarmes y soldados. Poner al Estado a cargo de los
principios morales equivale a poner al zorro al cuidado del gallinero.
Prescindiendo de otras consideraciones, los responsables de la violencia
organizada en la sociedad jamás se han distinguido por su superior
estatura moral o por la rectitud con la que sostienen los principios
morales.
Mito #4: El libertarismo es ateísta y materialista, y desdeña la dimensión espiritual de la vida.
No
hay ninguna conexión necesaria entre las adscripción al libertarismo y
la posición religiosa de cada uno. Es verdad que muchos si no la mayoría
de los libertarios en la actualidad son ateos, pero esto tiene que ver
con el hecho de que la mayoría de los intelectuales, de la mayoría de
credos políticos, son ateos también. Hay muchos libertarios que son
ateos, judíos o cristianos. Entre los liberales clásicos precursores del
libertarismo moderno en una época más religiosa que ésta encontramos
una miríada de cristianos: desde John Lilburne, Roger Williams, Anne
Hutchinson y John Locke en el siglo XVII hasta Cobden y Bright, Fréderic
Bastiat y los liberales franceses del laissez-faire y el gran Lord
Acton.
Los libertarios creen que la libertad es un derecho
inserto en una ley natural sobre lo que es adecuado para la humanidad,
en conformidad con la naturaleza del hombre. De dónde emanan este
conjunto de leyes naturales, si son puramente naturales o fueron
prescritas por un creador, es una cuestión ontológica importante pero
irrelevante desde el punto de vista de la filosofía política o social.
Como el padre Thomas Davitt señaló:
“Si la palabra ‘natural’
significa algo en absoluto se refiere a la naturaleza del hombre, y en
conjunción con la palabra ‘ley’, ‘natural’ remite al orden que es
manifestado por las inclinaciones de la naturaleza humana y nada más.
Por tanto, tomada en sí misma, no hay nada de religioso o teológico en
la ‘Ley Natural’ de Aquino” .
O, como d’Entrèves escribió en el siglo XVII aludiendo al jurista protestante holandés Hugo Grotius:
“La
definición de ley natural [de Grotius] no tiene nada de revolucionaria.
Cuando mantiene que la ley natural es el cuerpo de normas que el hombre
es capaz de descubrir mediante el uso de su razón, no hace otra cosa
que reafirmar la noción escolástica de una fundamentación racional de la
ética. De hecho, su intención es más bien la de restaurar esta noción
debilitada por el augustianismo radical de ciertas corrientes
protestantes de pensamiento. Cuando asevera que estas normas son válidas
en sí mismas, independientemente de que Dios las dispusiera, repite el
aserto que ya fue proclamado por algunos de los escolásticos…”
El
libertarismo ha sido acusado de ignorar la naturaleza espiritual del
hombre. Pero uno fácilmente puede llegar al libertarismo desde
posiciones religiosas o cristianas: enfatizando la importancia del
individuo, de su libre voluntad, de sus derechos naturales y de su
propiedad privada. Uno puede igualmente llegar al libertarismo mediante
una aproximación secular a los derechos naturales, con la convicción de
que el hombre puede alcanzar la comprensión racional de la ley natural.
Atendiendo
a la historia, además, no está claro en absoluto que la religión sea un
fundamento más sólido del libertarismo que la ley natural secular. Como
Karl Wittfogel nos recuerda en su Oriental Despotism, la unión del
trono y el altar ha sido una constante durante décadas que ha facilitado
el imperio del despotismo en la sociedad .
Históricamente, la unión de la Iglesia y el Estado ha sido en muchos
casos una coalición mutuamente alentadora de la tiranía. El Estado se
servía de la Iglesia para santificar sus actos y llamar a la obediencia
de su mando, presuntamente sancionado por Dios, y la Iglesia se servía
del Estado para obtener ingresos y privilegios. Los Anabaptistas
colectivizaron y tiranizaron Münster en nombre de la religión cristiana .
Y, más cerca de nuestro siglo, el socialismo cristiano y el evangelio
social jugaron un importante papel en la marcha hacia el estatismo, y el
proceder condescendiente de la Iglesia Ortodoxa en la Rusia soviética
habla por sí mismo. Algunos obispos católicos en Latinoamérica han
proclamado que la única vía hacía el reino de los cielos pasa por el
marxismo, y si quisiera ser grosero diría que el reverendo Jim Jones,
además de considerarse un leninista, se presentó a sí mismo como la
reencarnación de Jesús.
Por otra parte, ahora que el socialismo
ha fracasado de un modo manifiesto, política y económicamente, sus
valedores han recurrido a la “moral” y a la “espiritualidad” como último
argumento en pro de su causa. El socialista Robert Heilbroner,
arguyendo que el socialismo debe ser coactivo y tiene que imponer una
“moral colectiva” a la sociedad, opina que: “La cultura burguesa está
centrada en los logros materiales del individuo. La cultura socialista
debe centrarse en sus logros morales o espirituales”. Lo curioso es que
esta tesis de Heilbroner fue elogiada por el escritor conservador y
religioso de National Review Dale Vree, que dijo:
“Heilbroner
está… diciendo lo que muchos colaboradores del NR han dicho en el último
cuarto de siglo: no puedes tener libertad y virtud al mismo tiempo.
Tomad nota, tradicionalistas. A pesar de su terminología disonante,
Heilbroner está interesado en lo mismo que vosotros: la virtud .
Vree
también está fascinado con la visión de Heilbroner de que una cultura
socialista “promueva la primacía de la colectividad” antes que la
“primacía del individuo”. Cita a Heilbroner con relación a los logros
“morales y espirituales” bajo el socialismo en oposición a los burgueses
logros “materiales”, y añade acertadamente: “contiene un timbre
tradicionalista esta afirmación”. Vree prosigue aplaudiendo el ataque de
Heilbroner al capitalismo por no tener “ningún sentido de ‘lo
correcto’” y permitir a los “adultos que consienten” hacer aquello que
les plazca. En contraste con este retrato de la libertad y la diversidad
tolerada, Vree escribe: “Heilbroner dice seductoramente que debido a
que la sociedad socialista debe tener un sentido de ‘lo correcto’, no
todo estará permitido”. Para Vree, es imposible “tener colectivismo
económico junto con individualismo cultural”, y por tanto él está
inclinado hacia un nueva fusión socialista-tradicionalista – hacia un
colectivismo omnicompresivo.
Cabe apuntar aquí que el socialismo
deviene especialmente despótico cuando reemplaza los incentivos
“económicos” o “materiales” por los incentivos pretendidamente “morales”
o “espirituales”, cuando aparenta promover una indefinible “calidad de
vida” antes que la prosperidad económica. Si las remuneraciones son
ajustadas a la productividad hay considerablemente más libertad así como
estándares de vida más altos. Pero si se fundamentan en la devoción
altruista a la madre patria socialista, la devoción tiene que ser
regularmente reforzada a golpe de látigo. Un creciente énfasis en los
incentivos materiales del individuo suponen ineluctablemente un mayor
acento en la propiedad privada y en la preservación de lo que uno gana, y
trae consigo una libertad personal superior, como atestigua Yugoslavia
en las últimas décadas en contraste con la Rusia soviética. El
despotismo más horrible en la faz de la Tierra en los años recientes ha
sido sin duda el de Pol Pot en Camboya, donde el “materialismo” fue
hasta tal punto desterrado que el dinero fue abolido por el régimen.
Habiendo suprimido el dinero y la propiedad privada, cada individuo era
totalmente dependiente de las cartillas de racionamiento de subsistencia
del Estado y la vida no era sino un completo infierno. Debemos ser
prudentes, pues, antes de despreciar los objetivos o incentivos
“meramente materiales”.
El cargo de “materialismo” dirigido
contra el libre mercado ignora el hecho de que cada acción envuelve la
transformación de objetos materiales mediante el uso de la energía
humana conforme a ideas y propósitos sostenidos por los actores. Es
inaceptable separar lo “mental” o lo “espiritual” de lo “material”. En
todas las grandes obras de arte, extraordinarias emanaciones del
espíritu humano, se han empleado objetos materiales: ya fueran lienzos,
pinceles y pintura, papel e instrumentos musicales, o la construcción de
bloques y materia primas para las iglesias. No hay ninguna escisión
real entre lo “espiritual” y lo “material” y por tanto cualquier
despotismo sobre aquello material sojuzgará también aquello espiritual.
Mito
#5: Los libertarios son utópicos que creen que toda la gente es buena
por naturaleza y que por tanto el control del Estado es innecesario.
Los
conservadores tienden a añadir que, puesto que el hombre es vil por
naturaleza, parcial o totalmente, se hace precisa una severa regulación
estatal de la sociedad.
Esta es una opinión muy común acerca de
los libertarios, si bien es difícil identificar la fuente de semejante
malentendido. Rousseau, el locus classicus de la idea de que el hombre
es bueno pero es corrompido por sus instituciones no era precisamente un
libertario. Aparte de algunos escritos románticos de unos pocos
anarco-comunistas, que en ningún caso consideraría libertarios, no
conozco a un solo autor libertario o liberal clásico que haya defendido
esta postura. Por el contrario, la mayoría de escritores libertarios
sostiene que el hombre es una mezcla de bondad y maldad y que lo
importante para las instituciones sociales es fomentar lo primero y
mitigar lo segundo. El Estado es la única institución social capaz de
extraer sus ingresos y su riqueza mediante coerción; todos los demás
deben obtener sus rentas o bien vendiendo un producto o servicio a sus
clientes o bien recibiendo una donación voluntaria. Y el Estado es la
única institución social que puede emplear sus ingresos provenientes del
robo organizado para intentar controlar y regular la vida y la
propiedad de la gente. Por tanto, la institución del Estado establece un
canal socialmente legitimado y santificado para que las personas
malvadas cometan sus fechorías, emprendan el robo organizado y manejen
poderes dictatoriales. El estatismo, así pues, alienta la maldad, o como
mínimo los aspectos criminales de la naturaleza humana.
Como
Frank H. Knight mordazmente resalta: “La probabilidad de que los
titulares del poder sean individuos que detestan su posesión y su
ejercicio es análoga a la probabilidad de que una persona de corazón
extremadamente benévolo devenga el patrono de una plantación de
esclavos” .
Una
sociedad libre, por el hecho de no instituir un canal legitimado para
el robo y la tiranía, desalienta las tendencias criminales de la
naturaleza humana y aviva aquéllas que son pacíficas y voluntarias. La
libertad y el libre mercado desincentivan la agresión y la compulsión, y
fomentan la armonía y el beneficio mutuo del intercambio voluntario, en
la esfera económica, social y cultural.
Puesto que un sistema de
libertad promovería la voluntariedad y desalentaría la criminalidad,
además de deponer el único canal legitimado de crimen y agresión, cabe
esperar que una sociedad libre padeciera de hecho menos violencia
criminal y agresiones de las que padecemos actualmente, aunque no hay
razón alguna para asumir que desaparecerían por completo. Esto no es
utópico, sino una implicación de sentido común del cambio de lo que
socialmente se tiene por legítimo y del cambio de la estructura de
premio y castigo en la sociedad.
Podemos aproximarnos a nuestra
tesis desde otro ángulo. Si todos los hombres fueran buenos y ninguno
tuviera tendencias criminales, entonces no habría ninguna necesidad de
un Estado, tal y como conceden los conservadores. Pero si por otro lado
todos los hombres son malvados, entonces el caso a favor del Estado es
igualmente débil, pues ¿por qué tiene uno que asumir que aquellos
hombres que componen el gobierno y retienen todas las armas y el poder
para coaccionar a los demás están mágicamente exentos de la maldad que
afecta a todas las otras personas que se hallan fuera del gobierno?
Tom
Paine, un libertario clásico a menudo considerado ingenuamente
optimista acerca de la naturaleza humana, rebate el argumento
conservador de la maldad humana en pro del Estado fuerte como sigue:
“si
toda la naturaleza humana fuera corrupta, estaría infundado fortalecer
la corrupción instituyendo una sucesión de reyes, a quienes debiera
rendirse obediencia aun cuando fueran siempre tan viles…” Paine añadió
que “ningún hombre desde el principio de los tiempos ha merecido que se
le confiase el poder sobre todos los demás” .
Y como el libertario F.A. Harper escribió una vez:
“De
acuerdo con el principio de que la autoridad política debe imponerse en
proporción a la maldad del hombre, tendremos entonces una sociedad en
la cual se demandará una autoridad política completa sobre todos los
asuntos humanos… Un hombre gobernará a todos. ¿Pero quién ejercerá de
dictador? Quienquiera que sea el elegido para el trono con seguridad
será una persona enteramente malvada, puesto que todos los hombres lo
son. Y esta sociedad será entonces regida por un dictador absolutamente
malvado en posesión de todo el poder político. ¿Y cómo, en nombre de la
lógica, puede emanar de ahí algo que no sea pura maldad? ¿Cómo puede ser
esto mejor que el que no haya autoridad política alguna en la
sociedad?”
Por
último, como hemos visto, puesto que los hombres son en realidad una
mezcla de virtud y maldad, un régimen de libertad sirve para alentar la
virtud y desalentar la maldad, al menos en el sentido de que la
voluntariedad y lo mutuamente beneficioso es bueno y lo criminal es
malo. En ninguna teoría de la naturaleza humana, por tanto, ya
establezca que el hombre es bueno, malo, o una combinación de ambos, se
justifica el estatismo. En el curso de negar que era un conservador, el
liberal clásico Friedrich Hayek apuntó:
“El principal mérito del
individualismo [que Adam Smith y sus contemporáneos defendieron] es que
es un sistema bajo el cual los hombres malvados pueden hacer menos daño.
Es un sistema social que no depende para su funcionamiento de que
encontremos hombres buenos que lo dirijan, o de que todos los hombres
devengan más buenos de lo que son ahora, sino que toma al hombre en su
variedad y complejidad dada…”
Es
importante señalar qué es lo que diferencia a los libertarios de los
utópicos en el sentido peyorativo. El libertarismo no se propone
remodelar la naturaleza humana. Uno de los objetivos centrales del
socialismo fue crear, lo cual en la práctica supone emplear métodos
totalitarios, un Hombre Socialista Nuevo, un individuo cuyo primer fin
fuera trabajar diligente y altruistamente por la colectividad. El
libertarismo es una filosofía política que dice: dada cualquier
naturaleza humana, la libertad es el único sistema político moral y el
más efectivo. Obviamente, el libertarismo – como los demás sistemas
sociales – funcionará mejor cuanto más pacíficos y menos agresivos sean
los individuos y menos criminales haya. Y los libertarios, como la
mayoría de la otra gente, querrían alcanzar un mundo donde más personas
fueran “buenas” y menos criminales hubiera. Pero esta no es la doctrina
del libertarismo per se, que dice que cualesquiera sea la composición de
la naturaleza humana en un momento dado, la libertad es lo más
deseable.
Mito #6: Los libertarios creen que cada persona conoce mejor sus propios intereses.
Del
mismo modo que la acusación precedente sugería que los libertarios
creen que todos los hombres son perfectamente buenos, este mito les
acusa de creer que todos son perfectamente sabios. Pero como esto no es
cierto con respecto a mucha gente, se dice, el Estado debe intervenir.
Pero
los libertarios no asumimos la perfecta sabiduría del hombre más de lo
que asumimos su perfecta bondad. Hay algo de sentido común en la
afirmación de que la mayoría de los hombres conoce mejor que cualquier
otro sus propias necesidades e intereses. Pero no se asume en absoluto
que todos siempre conocen mejor sus intereses. El libertarismo propugna
que cada uno debe tener el derecho a perseguir sus propios fines como
estime oportuno. Lo que se defiende es el derecho a actuar libremente,
no la necesaria sensatez de dicha acción.
Es cierto también, no
obstante, que el libre mercado – en contraste con el gobierno – ha
articulado mecanismos que permiten a las personas acudir a expertos que
pueden aconsejar sensatamente acerca de cómo alcanzar los fines propios
de la mejor manera posible. Como hemos visto antes, los individuos
libres no están separados los unos de los otros. En el libre mercado
cualquier individuo, si tiene dudas sobre sus verdaderos intereses, es
libre de contratar o consultar a un experto que le ofrezca consejo en
base a su conocimiento presumiblemente superior. El individuo puede
contratar a este experto y, en el libre mercado, testar continuamente su
competencia y su utilidad. Las personas en el mercado, por tanto,
pueden patrocinar aquellos expertos cuyos consejos estimen más
provechosos. Los buenos doctores, abogados o arquitectos serán
recompensados en el libre mercado, mientras que los malos tenderán a ser
desplazados. Pero cuando el gobierno interviene, el experto del
gobierno obtiene sus ingresos mediante la coacción sobre los
contribuyentes. No hay ninguna fórmula de mercado para testar su éxito
informando a la gene de sus verdaderos intereses. Sólo necesita tener
habilidad para adquirir el apoyo político de la maquinaria coercitiva
del Estado.
Por tanto, el experto privado tenderá a florecer en
proporción a su habilidad, mientras que el experto del gobierno
florecerá en proporción a su destreza en obtener prebendas políticas.
Además, el experto del gobierno no será más virtuoso que el privado; su
única superioridad radica en el arte de conseguir favores de aquellos
que retienen el poder político. Pero una diferencia crucial entre ambos
es que el experto privado tiene todos los incentivos para velar por sus
clientes o pacientes, obrando del mejor modo posible. El experto del
gobierno carece por completo de semejantes incentivos; él obtiene sus
ingresos de todos modos. Luego el libre mercado tenderá a satisfacer
mejor al consumidor.
Espero que este artículo haya contribuido a
limpiar el libertarismo de mitos y malentendidos. Los conservadores y
todos los demás deben ser educadamente advertidos de que los libertarios
no creemos que los hombres sean buenos por naturaleza, ni que todos
estén perfectamente informados acerca de sus propios intereses, ni que
cada individuo sea un átomo aislado y herméticamente sellado. Los
libertarios no son necesariamente libertinos o hedonistas, ni son
necesariamente ateos; y los libertarios enfáticamente creen en
principios morales. Dejemos ahora que cada uno de nosotros se disponga a
examinar el libertarismo tal cual es, sin temor ni partidismos. Yo
estoy seguro de que, allí donde este examen tenga lugar, el libertarismo
gozará de un auge impresionante en el número de sus seguidores.
Murray N. Rothbard
Este
artículo, publicado inicialmente en Modern Age, 24, 1 (Invierno 1980),
pág. 9-15, como “Mito y verdad acerca del libertarismo”*, está basado en
una ponencia presentada en abril de 1979 en el congreso nacional de la
Philadephia Society de Chicago. El tema del encuentro fue
“Conservadurismo y libertarismo”. (Puede leerse el original en
LewRockwell.com y la traducción aquí).
John Kenneth Galbraith, The Affluent Society (Boston: Houghton Mifflin,
1958); F. A. Hayek, “The Non-Sequitur of the ‘Dependence Effect,’”
Southern Economic Journal (abril, 1961), pp. 346-48.
Irving Kristol, “No Cheers for the Profit Motive,” Wall Street Journal (Feb. 21, 1979).
Para un llamamiento a aplicar estándares éticos universales al
gobierno, véase Pitirim A. Sorokin and Walter A. Lunden, Power and
Morality: Who Shall Guard the Guardians?(Boston: Porter Sargent, 1959),
pp. 16-30.
Frank S. Meyer, In Defense of Freedom: A Conservative Credo (Chicago: Henry Regnery, 1962), p. 66.
Thomas E. Davitt, S.J., “St. Thomas Aquinas and the Natural Law,” in
Arthur L. Harding, ed., Origins of the Natural Law Tradition (Dallas,
Tex: Southern Methodist University Press, 1954), p. 39
A. P d’Entrèves, Natural Law (London: Hutchinson University Library, 1951), pp. 51-52.
Karl Wittfogel, Oriental Despotism (New Haven: Yale University Press, 1957), esp. pp. 87-100.
Acerca de esto y otras sectas cristianas totalitarias, véase Norman
Cohn, Pursuit of the Millenium (Fairlawn, N.J.: Essential Books, 1957).
Dale Vree, “Against Socialist Fusionism,” National Review (Diciembre 8,
1978), p. 1547. El artículo de Heilbroner se publicó en Dissent, Verano
1978. Más sobre el artículo de Vree en Murray N. Rothbard, “Statism,
Left, Right, and Center,” Libertarian Review (Enero 1979), pp. 14-15.
Journal of Political Economy (Diciembre 1938), p. 869. Citado en
Friedrich A. Hayek, The Road to Serfdom (Chicago: University of Chicago
Press, 1944), p. 152.
“The Forester’s Letters, III,”(orig. in Pennsylvania Journal, Apr. 24,
1776), en The Writings of Thomas Paine (ed. M. D. Conway, New York: G.
P. Putnam’s Sons, 1906), I, 149-150.
F. A. Harper, “Try This On Your Friends”, Faith and Freedom (January, 1955), p. 19.
F. A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago: University of
Chicago Press, 1948), enfatizado en el curso de su “Why I Am Not a
Conservative,” The Constitution of Liberty (Chicago: University of
Chicago Press, 1960), p. 529.
Essential Rothbard. Resumen del libro
Este es un resumen realizado por Francisco Ibero de capítulos y fragmentos del libro The Essential Rothbard escrito por David Gordon
(Ludwig von Mises Institute; 1st edition – February 26, 2007). Este
libro marca un hito en la tradición rothbardiana: la primera, completa y
rigurosa biografía intelectual de Murray N. Rothbard, una que tiene una
mirada sincera a sus papeles públicos y privados para cubrir no sólo su
pensamiento económico, sino también su método histórico, su ideología
política, las perspectivas culturales rothbardianos y la teoría social, y
guía al lector a través de toda su vasta producción. Incluso incluye un
completo (y masivo) bibliografía. La belleza de este libro consiste en
su investigación original (David Gordon tuvo pleno acceso a la
correspondencia privada de su tema) y también de su brevedad. Se puede
consultar el libro online en PDF en idioma inglés.
Rothbard comenta sobre la afición de los gobiernos a recurrir a la
inflación, y señala un punto importante. La inflación no afecta a todo
el mundo por igual. Los que primero reciben el nuevo dinero tienen una
gran ventaja porque su poder de compra mejora ya que la gente tarda unos
meses en darse cuenta del problema. Los políticos usan la inflación
para beneficio de ellos mismos y de quienes les apoyan.
En el sistema ético de Rothbard la autoposesión es el principio
básico; cada persona posee su propio cuerpo. El argumenta que todas las
sociedades confrontan tres alternativas: cada persona se posee a sí
misma, algunas personas poseen a otras, o cada persona posee una parte
de todas las demás.
¿Cuál de las tres debemos elegir? En su respuesta, Rothbard se apoya
en un punto de hecho. Cada persona está en realidad en control de su
propia voluntad. Si obedezco a otro, es porque he decidido hacerlo.
Casi todo el mundo asume que la igualdad económica es algo bueno;
incluso partidarios del libre mercado como Milton Friedman lo aceptan.
Rothbard rechaza la premisa. ¿Por qué asumir que la igualdad es
deseable? Para él, la justificación ética exige poner atención a las
exigencias de la naturaleza humana; si juzgamos con esta medida, el
igualitarismo no se sostiene; los intentos de hacer a todos iguales
conducen inevitablemente a la tiranía.
Según Rothbard, el que puede bloquear el progreso de los seres humanos
es el Estado; el Estado no descansa en la cooperación voluntaria sino en
la coerción; no crea riqueza, sólo puede tomar de unos para dar a
otros; el contraste entre la acción política y económica no puede ser
mayor.
Con respecto a los principios socialdemócratas, Rothbard escribió :
“En todos los asuntos importantes, los socialdemócratas están contra la
libertad y a favor del estatismo. A largo plazo son más peligrosos que
los comunistas porque su retórica es más insidiosa ya que dicen que
combinan el socialismo con la democracia y la libertad”.
Para Rothbard, el Estado es el enemigo principal y hay que luchar
contra él en todos los frentes; criticó a los libertarios de izquierda
porque querían utilizar el Estado para lograr objetivos que ellos
consideraban deseables.
Rothbard discutió sobre el ataque contra la libertad dirigido por los
“líderes de opinión” y los profesores universitarios; según él, la base
del problema estaba en que dichos líderes no creían en la moralidad
objetiva y recurrían al Estado para imponer sus ideas.
Rothbard trabajó muchos años como uno de los miembros principales del
Partido Libertario, del que salió a finales de la década de los años
80.
( David Gordon, The Essential Rothbard)
Enlaces
ENLACES/FUENTES:
http://austroanarquistas.com/?p=334
http://es.wikipedia.org/wiki/Libertarismo
http://es.wikipedia.org/wiki/Murray_Rothbard
http://www.enemigosdelestado.com/las-miserias-del-partidismo-parte-i/
http://www.enemigosdelestado.com/ni-izquierda-ni-derecha-liberalismo/
http://www.enemigosdelestado.com/que-es-el-liberalismo-libertarismo-1/
http://www.enemigosdelestado.com/tag/libertarismo/
http://www.taringa.net/posts/info/13195019/Seis-mitos-sobre-el-libertarismo.html
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