Estudio social, político y cultural de Japón según su visión del erotismo
Irezumi es una obra clásica de Junichirô Tanizaki que tiene su
mayor expresión cinematográfica en la película dirigida por Yasuzo
Masumura en 1966, con la ayuda de Kaneto Shindo. Para el proyecto,
Masumura recuperó su
querido color para subrayar la intensidad de las emociones desde el
punto de
vista popularizado por la Hammer. Así, el pequeño pero soberbio relato
de Tanizaki se convierte aquí en una joya del fantastique japonés
que fusiona terror y erotismo con la técnica que hizo célebre a Terence Fisher,
y además, sin refutar la estética ya propia del ero-guro patrio; las
gamas neutras del vestuario, el tono rojizo que luce en la piel de Ayako Wakao,
y por supuesto los matices negruzcos y verduzcos que conforman el tatuaje de la
mujer, fluyen en la pantalla al son de una no menos arrogante composición
musical para figurar los sentimientos más efusivos del ser humano.
Pero en el aspecto argumental, Irezumi
remata la visión del hombre descollado que caracteriza ya a la obra en general de Masumura, Edogawa Rampo y Tanizaki.
Si The Lustful Man de Masumura ya era un raro avis en una filmografía japonesa
marcada por la falocracia, la obra maestra que nos atañe ahora presenta un
drama estándar de femmes fatales con la singularidad de presentar el
dolor femenino como un instrumento de misandria.
En una entrevista realizada con Koshi Ueno, el mítico director de la
Nikkatsu Seijun Suzuki afirmaba que nunca había dirigido una película
donde los protagonistas se besasen. El maestro de las películas sobre la
Yakuza reculaba y, tras pensárselo otra vez, informaba al entrevistador
que en realidad sí que había hecho una en su extensa filmografía de más
de 100 cintas. El título en cuestión era Haru-Sakura.
Suzuki continuaba explicando que para él, el besarse era obsceno, sobre todo en Japón porque en el país del Sol Naciente, la gente no sabía hacerlo; es decir, en todo caso, se perdonaría a los occidentales la osadía de practicar los arrumacos con boca porque llevaban años cosechando experiencia en la materia.
Suzuki continuaba explicando que para él, el besarse era obsceno, sobre todo en Japón porque en el país del Sol Naciente, la gente no sabía hacerlo; es decir, en todo caso, se perdonaría a los occidentales la osadía de practicar los arrumacos con boca porque llevaban años cosechando experiencia en la materia.
Esta opinión tan extraña, igual de surrealista que su obra cinematográfica, no suena tan descabellada cuando efectivamente estamos hablando de Japón. En relación a esta nación, el tópico más extendido sobre el beso o las muestras de cariño entre las parejas es que hasta hace poco era impensable que se produjeran en público, a despecho de lo realizado por unos occidentales cuyo descaro amoroso está bien visto por la sociedad.
Sólo las nuevas generaciones, los jóvenes, están intentando nivelar a marchas forzadas la sensación de que el amante japones es demasiado frío en comparación con el europeo y el americano. Este esfuerzo está teniendo sus frutos, pero, todo hay que decirlo, la manera de besar se sigue concretando de un modo que a todas luces parece como forzado, si bien este hipotético defecto ya se ha convertido en una peculiaridad en sí mismo. Se puede decir entonces que los japoneses besan de otra forma.
El
imperio de los sentidos obtuvo una fama internacional inusitada ante una
masa de espectadores incapaces de entender que la meta final del filme se
encontraba también en la de utilizar las secuencias sexuales como elementos
indicadores de la relación amorosa más apasionada. Los actos cegaron a unos
aficionados ávidos de sexo y la obra se infravaloró por su corteza
pornográfica; sin ir más lejos, de la misma manera que El último tango en
París (Ultimo Tango a Parigi, 1972) de Bernardo Bertolucci fue
reducida a anécdotas frívolas, a encumbrarla por la secuencia de "la
mantequilla", las implicaciones filosóficas de la cinta japonesa se veían superadas
por otro momento de simple lujuria, el capítulo en el que a Sada se le
introduce un huevo cocido en la vagina. Esta información es importante porque
alude también a la situación de un director que contempló como en Occidente se
le minimizaba su importancia en la historia del cine, se le tachaba de simple
erotómano, a despecho de una filmografía de ahíncos culturales. Para rematarla,
sus siguientes películas, algunas tan famosas como Feliz navidad, Mr.
Lawrence (Merry Christmas Mr. Lawrence, 1983), apoyada en una
relación de masoquismo homosexual en un campo de concentración japonés, y,
sobre todo, Max, mi amor (Max, Mon amour, 1986), en la que se
insinúa un flirteo entre una mujer y un gorila, apuraron esa sensación de que
Ôshima no era más que un director de apetencias eróticas estúpidas.
Detrás del proyecto de El imperio
de los sentidos se encontraban más erotómanos revolucionarios como Kôji
Wakamatsu, que vendría acreditado como productor ejecutivo, o el mismo Dauman,
un emigrante polaco que Ôshima había conocido en Cannes y que aportaría su
compañía Argo Films para respaldar la idea. El director cuenta de forma exacta
cómo se originó todo: "Dauman vino de repente con el tema en la antesala
de una habitación de shows privados llamado Club 70: 'colaboremos en una
película, una co-producción. Una porno. Te dejaré que elijas el contenido y el
diseño. Te pagaré por ello, eso es todo".
Más tarde, Dauman negaría que hubiera utilizado la palabra "porno" pero, sea como fuere, el mecenas utilizó dinero francés con la finalidad de ofrecer imágenes sexuales que no pudiesen ser desautorizadas por la Eirin. Luego, tras finalizar el rodaje en los estudios Daiei de Kioto, ordenaría que las secuencias pornográficas fueran enviadas a Europa para ser procesadas en un laboratorio que no estuviese controlado por el brazo censor nipón.
De este modo, el largometraje se estrenó sin problemas en Francia el 15 de Septiembre de 1976, unos pocos meses después de que el gobierno de la nación hubiera legalizado la pornografía. Sin embargo, en Japón, tanto Customs como la Eirin, utilizaron la tijera a mansalva para anular todos los planos explícitos, provocando que una nueva oleada de turistas japoneses pusiesen rumbo a tierras gabachas para disfrutar de la totalidad de la obra; según Dauman, de las 350.000 personas que visionaron El imperio de los sentidos, en los primeros 17 meses de exhibición, 80.000 eran conciudadanos de Ôshima.
En el resto de los países, la suerte de la película fue desigual pero en general, se fue cociendo un escándalo que llevó finalmente a la mayoría de las autoridades a confiscarla; por ejemplo, el Departamento de Investigación Criminal de la Policía alemana anuló su proyección en el Festival de Cine de Berlín de 1976, y tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, se estrenó de forma no oficial y sin portar el certificado X que la habría legalizado.
ENLACES/FUENTES:
http://erotismoalajaponesa.blogspot.com.ar/
http://erotismoalajaponesa.blogspot.com.ar/2013/02/irezumi-en-la-gran-pantalla.html
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