La principal novedad de su pensamiento radica en plantear que el sistema capitalista no tiende a un equilibrio de pleno empleo de los factores productivos, sino hacia un equilibrio que solo de forma accidental coincidirá con el pleno empleo. Keynes y sus seguidores de la posguerra destacaron no solo el carácter ascendente de la oferta agregada, en contraposición con la visión clásica, sino además la inestabilidad de la demanda agregada, proveniente de los shocks ocurridos en mercados privados, como consecuencia de los altibajos en la confianza de los inversores. La principal conclusión de su análisis es una apuesta por la intervención pública directa en materia de gasto público que permite cubrir la brecha o déficit de la demanda agregada. Está considerado también como uno de los fundadores de la macroeconomía moderna.
El Hombre
John Maynard Keynes, el hombre (su carácter, sus escritos y sus acciones a lo largo de su vida) estaba compuesto por tres elementos principales entrelazados. El primero era su arrogante egoísmo, que le aseguraba que podía resolver todos los problemas intelectuales rápida y adecuadamente y le llevó a desdeñar cualquier principio general que pudiera limitar su desbocado ego. El segundo era su fuerte sentimiento de que hacía nacido y estaba destinado a ser un líder de la élite gobernante de Gran Bretaña.
Estas dos características llevaban a Keynes a ocuparse de la gente y de las naciones desde una posición autopercibida como de poder y dominación. El tercer elemento era su profundo desprecio y desdén por los valores y virtudes de la burguesía, de la moral convencional, del ahorro y la economía y de las instituciones básicas de la vida familiar.
Nacido para la púrpura
Keynes
nació bajo circunstancias especiales, heredero de los círculos
gobernantes no solo británicos sino asimismo de la profesión económica
británica. Su padre, John Neville Keynes, era un íntimo amigo y antiguo
alumno de Alfred Marshall, profesor en Cambridge e indiscutible león de
la economía británica durante medio siglo. Neville Keynes había
decepcionado a Marshall al incumplir su promesa investigadora inicial y
producir solo un tratado genérico sobre metodología de la economía, una
materia desdeñada como profundamente “no inglesa” (J. N. Keynes [1891]
1955).
El
clásico refugio para una académico fallido ha sido desde siempre la
administración de la universidad, así que Neville se enterró encantado
en la contaduría y otras posiciones poderosas en la administración de la
Universidad de Cambridge. La psique de Marshall le obligaba a sentir
una obligación moral hacia Neville que fue más allá de la pura lealtad
de la amistad y ese sentido de la obligación se traasladó hacia el
querido hijo de Neville, Maynard. Consecuenctemente, cuando Maynard
acabó decidiendo seguir la carrera de economista en Cambridge, dos
figuras extremadamente poderosas en esa universidad (su padre y Alfred
Marshall) estaban más que dispuestas a tenderle una mano amiga.
El apóstol de Cambridge
El
padre que tanto le quería aseguró la educación más favorecida
disponible para la élite inglesa. Primero fue estudiante investigador en
el “College” en Eton, la subdivisión intelectual de la escuela pública
más influyente de Inglaterra. De ahí Maynard fue al King’s College, que,
junto con Trinity, era una de las dos escuelas dominantes en la
Universidad de Cambridge.
En
King’s, pronto se designo a Keynes para tener la codiciada membresía de
la sociedad secreta de los Apóstoles, una organización que rápidamente
moldeó sus valores y su vida. Keynes creció hasta la madurez social e
intelectual dentro de los confines de este pequeño e incestuoso mundo de
secreto y superioridad. Los Apóstoles no eran simplemente un club
social a la manera de las fraternidades secretas de la Ivy League. Era
asimismo una élite intelectual consciente de sí misma, especialmente
interesada en la filosofía y sus aplicaciones a la estética y la vida.
Los
miembros de los Apóstoles eran elegidos casi exclusivamente de King’s y
Trinity y se reunían cada sábado por la tarde tras puertas cerradas
para presentar y discutir escritos.# Durante el resto de la semana, los
miembros vivían virtualmente en las habitaciones de los demás. Además,
el Apostolado no era simplemente un asunto de estudiantes: era ser
miembro de por vida y querido como tal. Durante le resto de sus vidas,
los Apóstoles adultos (conocidos como “Ángeles”), incluyendo a Keynes,
volverían a menudo a Cambridge para reuniones y participarían
activamente en el reclutamiento de nuevos estudiantes.
En
febrero de 1903, a la edad de 20 años, John Maynard Keynes ocupó su
lugar como Apóstol 243 en una cadena que se remontaba a la fundación de
la sociedad en 1820. Durante los siguientes cinco o seis años
formativos, Maynard dedicó casi toda su vida privada a los Apóstoles y
sus valores y actitudes se moldearon de acuerdo con ello. Además, la
mayoría de su vida adulta se produjo entre Apóstoles viejos y nuevos,
sus amigos o sus relaciones.
Una
razón importante para el potente efecto de la Sociedad de lso Apóstoles
sobre sus miembros era si embriagadora atmósfera de secreto. Como
escribe el biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky:
Uno nunca debería infravalorar el efecto del secretismo. Mucho de lo que hace que el resto del mundo parezca extraño deriva de este sencillo combustible. El secreto era un bonus que amplificaba grandemente la vida de la Sociedad respecto de los otros intereses de sus miembros. Después de todo, es mucho más fácil emplear el tiempo con gente con la que uno no tiene que mantener grandes secretos y dedicar mucho tiempo a ellos refuerza lo que les haya hecho unirse en principio. (Skidelsky 1983: p. 118; ver también Deacon 1986).
La
extraordinaria arrogancia de los Apóstoles se resume de la mejor manera
en la medio broma kantiana de la Sociedad: que solo la Sociedad es
“real”, mientras que el resto del mundo es solo “fenomenal”. El propio
Maynard se referiría a los no Apóstoles como “fenómenos”. Lo que
significaba esto es que se consideraba al mundo exterior como menos
sustancial, menos digno de atención que la vida colectiva de la propia
Sociedad.
Era
una broma con un giro serio (Skidelsky 1983: p. 118). “Fue debido a la
existencia de la Sociedad” escribía el Apóstol Bertrand Russell en su
Autobiografía, “que pronto conocí a la gente que más merecía la pena
conocer”. De hecho Russell remarcaba que cuando el Keynes adulto
abandonó Cambridge, viajó por el mundo con una sensación de ser el
obispo de una secta en lugares extranjeros. “la verdadera salvación para
Keynes” remarcaba agudamente Russell, “estaba siempre entre los fieles
en Cambridge” (Crabtree and Thirlwall 1980: p. 102). O, como escribió el
propio Maynard durante sus años de estudiante en una carta a su amigo y
co-líder, Giles Lytton Strachey, “¿Es una monomanía esta colosal
superioridad moral que sentimos? Tengo la sensación de que la mayoría
del resto [del mundo fuera de los Apóstoles] nunca ve nada en absoluto:
demasiado estúpidos o demasiado perversos” (Skidelsky 1983: p. 118).#
Dos
actitudes básicas dominaban este grupo bajo la égida de Keynes y
Strachey. Las primera era su creencia primordial en la importancia de
amor y la amistad personal, al tiempo que se burlaban de cualquier regla
o principio general que pudiera limitar sus propios egos y la segunda,
su animosidad y desdén hacia los valores y la moralidad de la clase
media. La confrontación apostólica con los valores burgueses incluía la
alabanza de la estética de la vanguardia, el sostenimiento de la
homosexualidad como moralmente superior (con la bisexualidad en un
distante segundo lugar#) y el odio a valores familiares tan
tradicionales como el ahorro o cualquier énfasis en el futuro a largo
plazo en comparación con el presente. (“En el largo plazo”, como
entonaría más tarde Keynes en su famosa frase, “todos estamos muertos”.
Bloomsbury
Después
de graduarse en Cambridge, Keynes y muchos de sus colegas apóstoles se
alojaron en Bloomsbury, un barrio poco elegante del norte de Londres.
Allí formaron el hoy famoso Grupo de Bloomsbury, el dentro de vanguardia
estética y moral que constituyó la fuerza cultural e intelectual más
influyente en Inglaterra durante las décadas de 1910 y 1920.
La
formación del Grupo de Bloomsbury se inspiró en la muerte del eminente
filósofo y liberal clásico victoriano Sir Leslie Stephen en 1904. Los
jóvenes hijos de Stephen, sintiéndose liberados por la desaparición de
la severa presencia moral de su padre, rápidamente buscaron casa en
Bloomsbury y empezaron a mantener tertulias los jueves por la tarde.
Thoby Stephen, aunque no era un apóstol, era un íntimo amigo en Trinity
de Lytton Strachey. Strachey y otros apóstoles, así como otro de los
buenos amigos de Strachey en Trinity, Clive Bell, se convirtieron en
asistentes habituales a la tertulia.
Después
de que Thoby muriera en 1906, Vanessa Stephen se casó con Bell y las
reuniones de Bloomsbury se dividieron en dos grupos. Como Clive era un
crítico de arte en ciernes y Vanessa una pintora, establecieron las
tertulias del Club de los Viernes, concentrándose en las artes visuales.
Entretanto, Virginia y Adrian Stephen reanudaban los jueves dedicados a
la literatura, la filosofía y la cultura. Finalmente, el apóstol de
Trinity Leonard Woolf, amigo y contemporáneo de Keynes se casó con
Virginia Stephen. A finales de 1909, Keynes se mudó a una casa en
Bloomsbury muy cerca de la de los Stephen, compartiendo un piso con el
artista de Bloomsbury Duncan Grant, primo de Strachey.
Los
valores y actitudes de Bloomsbury eran similares a los de los apóstoles
de Cambridge, aunque con un giro más artístico. Con un gran énfasis en
la rebelión contra los valores victorianos, no sorprende que Maynard
Keynes fuera un distinguido miembro de Bloomsbury. Un énfasis en
particular era el seguimiento de arte de vanguardia y formalista,
promovido por el crítico de arte y apóstol de Cambridge Roger Fry, que
luego volvió a Cambridge como Profesor de Arte. Virginia Stephen Woolf
se convertiría en una importante exponente de la ficción formalista. Y
todos ellos buscaban con energía un estilo de vida de promiscua
bisexualidad, como puso al descubierto la biografía de Strachey de
Michael Holroyd (1967).
Como
miembros del círculo cultural de Cambridge, el Grupo de Bloomsbury
disfrutaba de riqueza heredada, aunque modesta. Pero a medida que pasaba
el tiempo, la mayoría de la financiación de las distintas exposiciones y
proyectos de Bloomsbury vinieron de su leal miembro Maynard Keynes.
Como escribe Skidelsky, Keynes “llegó a dar a Bloomsbury músculo
financiero, no solo haciendo él mismo mucho dinero [principalmente a
través de la inversión y la especulación financiera], que gastaba
profusamente en las causas de Bloomsbury, sino por su capacidad de
recabar respaldo financiero para sus empresas”. De hecho, desde la
Primera Guerra Mundial en adelante, era casi imposible encontrar ninguna
empresa, cultural o local, en la que estuvieran implicados miembros de
Bloomsbury, que no se beneficiara de alguna forma de su generosidad, su
perspectiva financiera o sus contactos (1983: p. 250; ver también pp.
242-251).
El filósofo moorista
El
mayor impacto en la vida y valores de Keynes, su gran experiencia de
conversión, no vino de la economía sino de la filosofía. Pocos meses
después de la iniciación de Keynes en los apóstoles, G.E. Moore,
profesor de filosofía en Trinity que se había convertido en apóstol una
década antes que Keynes, publicó su obra magna, Principia Ethica (1903).
Tanto en ese momento como tres décadas después, Keynes atestiguaba el
enorme impacto que habían tenido los Principia en él y en sus colegas
apóstoles.
En
una carta en el momento de su publicación escribía que el libro “es un
trabajo estupendo y fascinante, el más grande sobre el tema” [cursivas
de Keynes] y pocos años más tarde escribió a Strachey: “Es imposible
exagerar la maravilla y originalidad de Moore (…) Qué asombros pensar
que solo nosotros conocemos los rudimentos de una verdadera teoría de la
ética”. Y en un escrito de 1938 al Grupo de Bloomsbury, titulado “Mis
primeras creencias” Keynes recordaba los “efectos en nosotros [de los
Principia] y las conversaciones que los precedieron y siguieron,
dominaban y tal vez dominan todo lo demás”. Añadía que el libro “era
excitante, estimulante, el principio de un nuevo renacimiento, la
apertura de un nuevo cielo en la tierra” (Skidelsky 1983: pp. 133-134;
Keynes [1951] 1972: pp. 436-449). ¡Palabras muy fuertes acerca de un
libro de filosofía técnica!
¿A
qué se debían? Primero estaba el carisma personal que Moore ejercitaba
sobre los estudiantes en Cambridge. Pero más allá de su magnetismo
personal, Keynes y sus amigos se veían atraídos no tanto por la propia
doctrina de Moore como por la interpretación y giro particular que ellos
daban a esa doctrina. A pesar de su entusiasmo, Keynes y sus amigos
aceptaban solo lo que sostenían que era la ética personal de Moore (es
decir, lo que llamaban la “religión” de Moore), mientras que rechazaban
su ética social (es decir, lo que llamaban su “moral”).
Keynes
y sus colegas apóstoles adoptaban la idea de una “religión” compuesta
de momentos de “apasionada contemplación y comunión” de y con los
objetos de amor o amistad. Sin embargo, repudiaban toda moral social o
regla general de conducta, rechazando totalmente el penúltimo capítulo
de Moore sobre “Ética en relación con la conducta”. Como indica Keynes
en su escrito de 1938:
En nuestra opinión, una de las mayores ventajas de su religión [de Moore] era que hacía innecesaria la moral. (…) Rechazábamos completamente una obligación personal de obedecer reglas generales. Reclamábamos el derecho a juzgar cada caso individual por sus méritos y la sabiduría para hacerlo con éxito. Er aun parte muy importante de nuestra fe, sostenida violenta y agresivamente y para el mundo exterior era nuestra característica más evidente y peligrosa. Repudiábamos totalmente la moral convencional, las convenciones y la sabiduría tradicional. Éramos, por decirlo así, en el sentido estricto del término, inmorales. (Keynes [1951] 1972: pp. 142-143).
Observadores
contemporáneos inteligentes resumían agudamente al actitud de keynes y
sus compañeros apóstoles. Bertrand Russell escribía que Keynes y
Strachey retorcían las enseñanzas de Moore: “buscaban una vida de retiro
entre bellos matices y agradables sensaciones y su concepción de lo
bueno consistía en las apasionadas admiraciones mutuas de una camarilla
de la élite” (Welch 1986: p. 43). O, como observaba nítidamente Beatrice
Webb, el moorismo entre los apóstoles no era “sino una justificación
metafísica para hacer lo que les gustaba… y otra gente desaprobaría”
(ibíd.).
Así
que aparece la pregunta: ¿cuán seriamente marcó este inmoralismo, este
rechazo de las reglas generales que restrinjan el propio ego, la vida
adulta de Keynes? Sir Roy Harrod, un discípulo y hagiógrafo insiste en
que ese inmoralismo, como con otros aspectos desagradables de la
personalidad de Keynes, era solo una fase adolescente, rápidamente
superada por su héroe.
Pero
muchos otros aspectos de su carrera y pensamiento confirman el
inmoralismo y desdén por la burguesía de Keynes durante toda su vida. Es
más, en su escrito de 1938, escrito con 55 años, Keynes confirmaba su
continuada adhesión a sus primeras opiniones, expresando que el
inmoralismo seguía siendo “mi religión bajo la superficie. (…) Sigo
siendo y siempre seré un inmoralista” (Harrod 1951: pp. 76-81; Skidelsky
1983: pp. 145-146; Welch 1986: p. 43).
En
una notable contribución, Skidelsky demuestra que el primer libro
académicamente importante de Keynes, Tratado sobre probabilidad (1921)
no estaba alejado del resto de sus preocupaciones. Derivaba de su
intento de remachar su rechazo de las reglas generales de moralidad
propuestas por Moore. Los inicios del Tratado aparecían en un escrito,
que Keynes leyó a los apóstoles en enero de 1904, sobre el denostado
capítulo de Moore “Ética en relación con la conducta”. Refutar a Moore
acerca de la probabilidad ocupó los pensamientos investigadores de
Keynes desde el principio de 1904 hasta 1914, cuando se completó el
manuscrito del Tratado.
Concluía
que Moore era capaz de imponer reglas generales a acciones concretas
empleando una teoría de la probabilidad empírica o “frecuentista”, es
decir, a través de la observación de frecuencias empíricas podríamos
tener cierto conocimiento de las probabilidades de clases de
acontecimientos. Para destruir cualquier posibilidad de aplicar reglas
generales a casos particulares, el Tratado de Keynes defendía la teoría
clásica a priori de la probabilidad, en la que las fracciones de
probabilidad se reducen puramente por la lógica y no tienen nada que ver
con la realidad empírica. Skidelsky lo explica bien:
El argumento Keynes puede por tanto interpretarse como un intento de liberar al individuo para que busque el bien (…) por medio de acciones egoístas, ya que no hace falta que tenga cierto conocimiento de las consecuencias probables de sus acciones para actuar racionalmente. En otras palabras, es parte de su continua campaña contra la moralidad cristiana. Esto lo habría apreciado su audiencia, aunque la conexión no es evidente para el lector moderno. Más en general, Keynes liga racionalidad a conveniencia. Las circunstancias de una acción se convierten en la consideración más importante en los jucios de posible corrección. (…) Al limitar la posibilidad de un conocimiento cierto Keynes aumentaba el ámbito del juicio intuitivo (Skidelsky 1983: 153-154).
No
podemos entrar aquí en los pormenores de la teoría de la probabilidad.
Basta con decir que la teoría a priori de Keynes fue demolida por
Richard von Mises (1951) en su trabajo de la década de 1920
Probabilidad, estadísticas y verdad. Mises demostró que la fracción de
probabilidad solo puede usarse con sentido cuando encarna una ley
derivada empíricamente de entidades que son homogéneas, aleatorias y
repetibles indefinidamente.
Por
supuesto esto significa que la teoría de la probabilidad solo puede
aplicarse a acontecimientos que, en la vida humana, se limitan a cosas
como la lotería o la ruleta. (Para una comparación de Keynes y Richard
von Mises, ver D.A. Gillies [1973: pp. 1-34]). Por cierto que la teoría
de la probabilidad de Richard von Mises fue adoptada por su hermano
Ludwig, aunque estuvieron de acuerdo en pocas cosas más (L. von Mises
[1949] 1966: pp. 106-115).
El teórico político burkeano
“Si
Moore fuero el héroe ético de Keynes, Burke puede considerarse como su
héroe político”, escribe Skidelsky (1983: p. 154). ¿Edmund Burke? ¿Qué
podría tener en común Keynes, el planificador central estatista y
racionalista, con ese adorador conservador de la tradición? De nuevo,
como con Moore, Keynes veneraba a su hombre con un giro keynesiano,
seleccionando los elementos que se ajustaban a su propio carácter y
temperamento.
Es
revelador lo que Keynes tomaba de Burke. (Keynes presentó sus opiniones
en un ensayo largo y premiado de su época de estudiante sobre “Las
doctrinas políticas de Edmund Burke”). Primero estaba la oposición
militante de Burke a principios generales en política y, en particular,
su defensa de la conveniencia frente a derechos naturales abstractos. En
segundo lugar, Keynes estaba muy de acuerdo con la alta preferencia
temporal de Burke, su degradamiento del futuro incierto respecto del
presente existente. Por tanto Keynes estaba de acuerdo con el
conservadurismo de Burke en el sentido de que era hostil a “producir
males presentes para conseguir beneficios futuros”.
Está
también la expresión de derechas del desprecio general de Keynes por el
largo plazo, donde “estamos todos muertos”. Como dijo Keynes: “La tarea
primordial de los gobiernos y políticos es asegurar el bienestar de la
comunidad correspondiente en el presente y no tomar demasiados riesgos
para el futuro” (ibíd.: pp. 155-156).
En
tercer lugar, Keynes admiraba el aprecio de Burke por la élite
gobernante “orgánica” de Gran Bretaña. Por supuesto, había diferencias
políticas, pero Keynes se unía a Burke en apoyar el sistema de gobierno
aristocrático como algo sólido, siempre que el personal gobernante se
eligiera de la élite orgánica existente. Escribiendo de Burke, Keynes
apuntaba: “afirmaba que la propia maquinaria [el estado británico] era
suficientemente sólida con que pudiera asegurarse la capacidad e
integridad de quienes estuvieran al mando” (ibíd.: pp. 156).
Además
de ese desdén neo-burkeano por los principios, la falta de preocupación
por el futuro y la admiración de la clase gobernante británica
existente, Keynes también estaba seguro de que la devoción por la verdad
es una cuestión de gusto, con poco o ningún espacio en la política.
Escribía: “Una preferencia por la verdad o por la sinceridad como método
puede basarse de forma prejuiciosa en algún patrón estético o personal,
incoherente, en política, con la bondad práctica” (Johnson, 1978:
p.24).
De
hecho Keynes mostraba una disposición positiva a mentir en política. Se
inventaba habitualmente estadísticas que se adecuaban a sus propuestas
políticas y reclamaría una inflación monetaria mundial con un énfasis
exagerado al mantener que “las palabras tendrían que se un poco
salvajes, el ataque de los pensamiento a quienes no piensan”. Pero lo
que es muy revelador es que, una vez alcanzado poder, Keynes admitió que
esa hipérbole tendría que abandonarse: “Cuando se hayan alcanzado los
puestos de poder y autoridad, no debería haber más licencias poéticas”
(Johnson y Johnson 1978: pp. 19-21).
El economista: Arrogancia y falsa originalidad
La
postura en economía de Maynard Keynes no era distinta de su actitud en
filosofía y vida en general. “Temo a los ‘principios’”, dijo a un comité
parlamentario en 1930 (Moggridge 1969: p. 90). Los principios solo
limitarían su capacidad de aprovechar la oportunidad del momento y
obstaculizarían su deseo de poder. Así que estaba dispuesto a renunciar a
sus creencias previas y cambiar de idea de repente, dependiendo de la
situación.
Su
posición respecto del libre comercio sirve de ejemplo patente. Como
buen marshalliano, no único principio político económico aparentemente
fijo en toda su vida fue una adhesión devota a la libertad de comercio.
En Cambridge escribió a un buen amigo: “Seño, odio a todos los
sacerdotes y proteccionistas. (…) Abajo sus pontificados y aranceles”.
Durante las siguientes tres décadas, sus intervenciones políticas se
preocupaban casi en exclusiva por la defensa del libre comercio.
(Skidelsky, 1983: pp. 122, 227-229).
Repentinamente,
en la primavera de 1931, Keynes reclamó ruidosamente proteccionismo y
durante la década de 1930, lideró el desfile a favor del nacionalismo
económico y políticas abiertamente pensadas para “mendigar al vecino”.
Pero durante la Segunda Guerra Mundial, Keynes retornó al libre
comercio. No parece que nunca ningún examen de conciencia o vacilación
haya dificultado sus relampagueantes cambios.
De
hecho, a principios de la década de 1930, Keynes era ampliamente
ridiculizado en la prensa británica por sus opiniones camaleónicas. Como
escribe Elizabeth Johnson, Keynes era el hombre de hule: el Daily News
and Chronicle del 16 de marzo de 1931 incluía un artículo titulado
“Acrobacias económicas de Mr. Keynes” y lo ilustraba con un dibujo de
“Una actuación notable. John Maynard Keynes como el ‘hombre sin huesos’
se da la espalda a sí mismo y se traga un barril” (1978: p. 17).
Sin
embargo el propio Keynes no se preocupaba de las acusaciones de
incoherencia, considerando que siempre tenía la razón. A Keynes le era
particularmente fácil adoptar esta convicción ya que no le preocupaban
nada los principios. Por tanto siempre estaba dispuesto a cambiar de
caballo en su búsqueda por expandir su ego a través del poder político.
Con
el tiempo, escribe Elizabeth Johnson, Keynes “tuvo una idea clara de su
papel en el mundo: era (…) el principal consejero económico del mundo,
del ministro de Hacienda del momento, del ministro de finanzas de
Francia (…), del presidente de Estados Unidos”. La búsqueda del poder
para sí mismo y una clase dirigente significaba, por supuesto, aumentar
la adhesión a las ideas e instituciones de una economía gestionada
centralizadamente.
De
entre los grandes hombres de la élite orgánica que gobernaba la nación,
se colocaba en el papel esencial de técnico experto, la versión del
siglo XX del “rey filósofo” o, al menos, del filósofo que guía al rey.
No sorprende que Keynes “alabara al Presidente [Franklin D.] Roosevelt
como primer jefe de estado que tomara consejo teórico como base para una
acción a gran escala” (Johnson y Johnson 1978: pp. 17-18).
Acción
es lo que buscaba Keynes del gobierno, especialmente con el propio
Keynes haciendo los planes y mandando. Como escribe Johnson:
Su oportunismo significaba que reaccionaba a los acontecimientos inmediata y directamente. Elaboraría una respuesta, redactaría un memorándum, lo publicaría inmediatamente, fuera cual fuera el asunto. (…) En el Tesoro durante la Segunda Guerra Mundial, casi vuelve locos a algunos de sus colegas con su tendencia a meter el dedo en todas las tartas “No se quede quieto ahí, haga algo” habría sido su lema en ese momento” (Ibíd.: p. 19).
Johnson
apunta que la “actitud instintiva [de Keynes] ante cualquier nueva
situación era suponer, primero, que nadie estaba haciendo nada acerca de
ella y, segundo, que si lo estaban haciendo, lo estaban haciendo malo.
Era una costumbre mental de toda la vida basada en la convicción de que
tenía un cerebro superior (…) y como apóstol de Cambridge que era,
estaba dotado de sensibilidades superiores (ibíd.: p. 33).
Un
ejemplo claro de la injustificada arrogancia e irresponsabilidad
intelectual de Maynard Keynes fue su reacción ante el brillante y
pionero Tratado del dinero y del crédito, de Ludwig von Mises,
publicado en alemán en 1912. Keynes acababa de ser nombrado editor del
periódico económico académico británico más importante, el Economic
Journal de la Universidad de Cambridge. Revisó el libro de Mises,
desechándolo de plano. El libro, escribió condescendientemente, tenía
“un mérito considerable” y era “inteligente” y su autor era en
definitiva “ampliamente leído”, pero Keynes expresaba su decepción
porque el libro no fuera ni “constructivo” ni “original” (Keynes 1914).
Esta reacción brusca acabó con cualquier interés por el libro de Mises
en Gran Bretaña y El dinero y el crédito no se tradujo durante dos
funestas décadas.
Lo
peculiar de la crítica de Keynes es que el libro era muy constructivo y
sistemático, así como notablemente original. ¿Cómo podría no haberlo
apreciado Keynes? Este enigma se aclaró una década y media después
cuando en una nota propia a pie de página de su propio Tratado del
dinero, Keynes admitía traviesamente que “en alemán, solo puedo entender
claramente lo que ya sé, así que las nuevas ideas tienden a velárseme
por las dificultades de la lengua” (Keynes 1930a: I, p. 199 n.2). Qué
desfachatez sin límites. Era Keynes hasta la médula: revisar un libro en
un lenguaje en que era incapaz de entender las nuevas ideas y luego
atacar ese libro por no contener nada nuevo, es el colmo de la
arrogancia y la irresponsabilidad.#
Otro
aspecto de la presunción arrogante de Keynes era su convicción de que
mucho de lo que hacía era original y revolucionario. Su carta a G.B.
Shaw en 1935 es bien conocida: “Creo estar escribiendo un libro sobre
teoría económica que revolucionara grandemente (…) la forma en que el
mundo piensa acerca de los problemas económicos. (…) Por mi parte, no
solo tengo esperanza en lo que digo, en mi mente estoy bastante seguro”
(Hession 1984: p. 279). Pero esta creencia en su jactancia no se
limitaba a La teoría general.
Bernard
Corry apunta que “Desde casi el principio de de su obra económica,
afirmó estar revolucionando la materia”. Tan imbuido estaba Keynes de fe
en su propia creatividad que incluso proclamaba su originalidad en un
escrito sobre ciclos económicos que se basaba en el Estudio de las
fluctuaciones industriales, de D.H. Robertson, poco después de que el
libro se publicara en 1913. Corry enlaza esta actitud con el insistente
énfasis de del Grupo de Bloomsbury en la “originalidad” (que, por
supuesto, significaba principalmente la suya). La originalidad, apunta,
era “una de las fijaciones del Grupo de Bloomsbury” (Crabtree y
Thirlwall 1980: pp. 96-97; Corry 1986: pp. 214-215, 1978: pp. 3-34).
A
Keynes le ayudó mucho en sus afirmaciones de originalidad la tradición
de economía que Marshall había establecido en Cambridge. Como alumno de
Marshall y joven profesor de Cambridge bajo los auspicios de Marshall,
Keynes absorbió fácilmente la tradición marshalliana.
No
era que el propio Marshall proclamara una brillante originalidad,
aunque sí proclamó invenciones independientes sobre utilidad marginal y
era reservado, celoso de alumnos que pudieran robar sus ideas. Marshall
desarrolló la estrategia de mantener un mundo marshalliano
herméticamente cerrado en Cambridge (y por tanto en la economía
británica en general). Creo el mito de que en su obra maestra, los
Principios de economía, había construido una síntesis superior de todas
las teorías previamente en competencia y lucha (reductivismo e
inductivismo, teoría e historia, utilidad marginal y coste real, corto y
largo plazo, Ricardo y Jevons).#
Como
impulsó con éxito este mito, engendró así la opinión universal de que
“todo está en Marshall”, que, después de todo, no había necesidad de
leer a nadie más. Pues si Marshall había armonizado todas las opiniones
de un bando y una perspectiva, ya no había razón, salvo la arqueológica,
para preocuparse por leerlas. En consecuencia, el economista modelo de
Cambridge solo leía a Marshall. Desarrollando y elaborando las frases o
pasajes crípticos del Gran Libro. El propio Marshall empleó el resto de
su vida reelaborando y desarrollando El Texto, publicando no menos de
ocho ediciones de los Principios en 1920.
Para
el resto, estaba la legendaria “tradición oral” de Cambridge, en la que
los alumnos y discípulos de Marshall estaban encantados de oír y
transmitir las palabras del “Gran Hombre”, así como leer sus más mínimos
escritos seminales en manuscritos o lecturas en comisión, pues Marshall
mantuvo la mayoría de sus escritos más breves sin publicar hasta casi
el final de su vida. Así, los marshallianos de Cambridge podían portar
el aura de una casta sacerdotal, de los únicos con conocimiento de los
misterios de los escritos sagrados negados a los hombres menores.
El
mundo herméticamente cerrado del Cambridge marshalliano pronto dominó
Gran Bretaña; había pocos aspirantes en ese país. La dominación se vio
acelerada por el papel único de Cambridge y Oxford en la vida social e
intelectual británica, especialmente en los años que siguieron a la
Segunda Guerra Mundial. Desde los tiempos de Adam Smith, David Ricardo y
J.S. Mill, Gran Bretaña ha dominado la teoría económica en todo el
mundo, así que Marshall y su secta asumieron la hegemonía no solo de la
economía de Cambridge, sino del mundo (ver Crabtree 1980: pp. 101-105).#
“El estafador”
El
joven Keynes no mostró ningún interés por la economía: su interés
principal era la filosofía. De hecho consiguió graduarse en Cambridge
sin realizar ningún curso de economía. No solo nunca se graduó en la
materia, sino que el único curso de economía que recibió Keynes fue un
curso de posgrado bajo Alfred Marshall.
Sin
embargo encontró atractiva la explicación de la economía, porque
apelaba tanto a sus intereses teóricos como a su ansia de causar una
gran sensación en el mundo real de la acción. En otoño de 1905, escribió
a Strachey: “Encuentro la economía cada vez más satisfactoria y pienso
que soy bastante bueno en ella. Quiero dirigir un ferrocarril u
organizar una fundación o al menos estafar a los inversores” (Harrod
1951: p. 111).#
En
realidad Keynes había empezado su carrera de inversor y especulador que
duraría toda su vida. Aún así Harrod se siente obligado a negar
vigorosamente que Keynes hubiese empezado a especular antes de 1919.
Afirmando
que Keynes antes “no tenía capital”, Harrod explicaba la razón de su
insistencia en una crítica de un libro seis años después de la
publicación de su biografía: “Es importante que esto se entienda
claramente, ya que hay muchos malpensados (…) que afirman que aprovechó
información interna cuando estaba en el Tesoro (1915-junio de 1919) para
fin de realizar especulaciones con éxito” (Harrod 1957). En una carta a
Clive Bell, autor del libro sujeto a crítica y antiguo bloomsburita y
amigo de Keynes, Harrod incidía más en ello: “Es importante por las
terribles historias, que están muy extendidas (…) acerca de que hizo
dinero de forma poco honrada aprovechándose de su cargo en el Tesoro”
(ibíd.; cf. Skidelsky 1983: pp. 286-288).
A
pesar de la insistencia de Harrod en lo contrario, en realidad Keynes
había creado su propio “fondo especial” y empezado a hacer inversiones
en julio de 1905. En 1914 Keynes estaba especulando con fuerrza en la
bolsa y en 1920 había acumulado 16.000₤, que equivaldrían a 200.000₤
actuales. La mitad de sus inversiones se hicieron con dinero prestado.
No
está claro si su fondo se uso para inversiones o para fines más
especulativos, pero sí sabemos que su capital se había multiplicado por
más de tres. Sigue sin probarse que Keynes utilizara información interna
del Tesoro para tomar esas decisiones de inversión, aunque
indudablemente permanece la sospecha (Skidelsky 1983: pp. 286-288).
Aunque
no podamos probar la acusación de estafa contra Keynes, debemos
considerar su comportamiento a la luz de su dura condena de los mercados
financieros como “casinos de juego” en La teoría general. Parece por
tanto probable que Keynes creyera que con su éxito con la especulación
financiera había estafado a la gente, aunque no hay razón para pensar
que pudiera haberlo lamentado. Sin embargo sí se daba cuenta de que su
padre desaprobaría su actividad.#
Keynes y la India
En
Eton. El joven Keynes (con 17-18 años) fue testigo de una ola de
sentimiento antiimperialista al iniciarse la guerra británica contra los
bóers en Sudáfrica. Aún así nunca se vio influido por ese sentimiento.
Como apunta Skidelsky: “A lo largo de su vida asumía el Imperio como un
hecho de la vida y nunca mostró el más mínimo interés por descartarlo.
(…) Nunca se desvió mucho de la opinión de que, teniendo todo en cuenta,
sería mejor tener a ingleses gobernando el mundo que a extranjeros”
(Skidelsky 1983: p. 91).
A
finales de 1905, a pesar de los ruegos de Marshall, Kaynes abandonó sus
estudios de economía después de primer curso de posgrado y al año
siguiente realiza los exámenes del Servicio Civil, obteniendo una plaza
en la Oficina de la India. En la primavera de 1907, Keynes fue
transferido del Departamento Militar al Departamento de Ingresos,
Estadísticas y Comercio. Aunque iba a convertirse en un experto en
asuntos indios, asumía alegremente que el gobierno británico no había de
cuestionarse: Gran Bretaña simplemente diseminaba el buen gobierno en
lugares que no podrían arreglárselas por sí solos.
“Maynard”,
apunta Skidelsky, “siempre vio el imperio británico desde Whitehall:
nunca consideró las implicaciones humanas y morales del gobierno
imperial o si los británicos estaban explotando a los indios”. Además,
siguiendo la gran tradición imperialista de los Mills y Thomas Macaulay
en la Inglaterra del siglo XIX, Keynes nunca sintió la necesidad de
viajar a la India, aprender lenguas indias o leer cualquier libro sobre
el área excepto los relacionados con las finanzas (ibíd.: p. 176).
A
pesar de su ascenso a los niveles altos del Servicio Civil, Keynes se
cansó pronto de la sinecura y trató de volver a Cambridge a través de un
cargo de profesor. Finalmente en la primavera de 1908 Marshall escribió
a Keynes, ofreciéndole una plaza de profesor de economía. Aunque
Marshall estaba a punto de retirarse, convenció fácilmente a su amigo,
alumno favorito y designado sucesor, Arthur C. Pigou de seguir la
práctica de Marshall de pagar por la enseñanza de su propio salario;
Neville Keynes se ofreció a su vez a igualar el estipendio.
En
1908 Keynes adoptó alegremente el estrecho papel de profesor de
economía marshalliana en su antigua escuela, el King’s College de
Cambridge. Pero empleó la mayoría de su tiempo y energías como atareado
hombre de negocios en Londres (Corry 1978: p. 5). Una de sus funciones
era ser un consejero informal pero valorado de la Oficina de la India:
de hecho su asociación con la oficina realmente se expandió después de
1908 (Keynes 1971: p. 17). En consecuencia, desempeñó un papel
importante en asuntos monetarios indios, escribiendo su primer artículo
importante sobre la India para el Economic Journal en 1909; escribiendo
influyentes memorandos de los que se desarrolló su primer libro, la
breve monografía Indian Currency and Finance en 1913 y desempeñando un
papel influyente en la Comisión Real sobre las finanzas y moneda de la
India, para cuyo ilustre cargo fue nombrado antes de tener 30 años.
El
papel de Keynes en las finanzas indias no solo fue importante sino
pernicioso en último término, presagiando su posterior papel en las
finanzas internacionales. Tras convertir a la India de un patrón plata a
un patrón oro en 1892, el gobierno había caído en un patrón cambio-oro,
en lugar del patrón moneda-oro completo que habían marcado Gran Bretaña
y las otras principales naciones occidentales. El oro no se acuñaba
como moneda o estaba disponible en la India y las reservas indias de oro
para rupias se mantenían como apuntes en libras esterlinas en Londres
en lugar de en oro real.
Para
la mayoría de los funcionarios, esta disposición era solo una medida a
medio camino hacia un ulterior patrón oro completo, pero Keynes alabó el
nuevo patrón cambio-oro como progresista, científico y en la dirección
hacia una divisa ideal. Haciéndose eco de opiniones inflacionistas de
siglos, opinaba que la moneda de oro “desperdiciaba” recursos, que
podrían “economizarse” con papel y dinero extranjero.
Sin
embargo lo esencial es que un falso patrón oro, como debe ser un patrón
cambio-oro, da muchas más posibilidades de una gestión e inflación
monetaria a los gobiernos centrales. Quita el poder a la gente sobre el
dinero y entrega dicho poder al gobierno. Keynes alababa el patrón oro
por permitir una mucho mayor “elasticidad” (una palabra codificada para
la inflación monetaria) del dinero en respuesta a la demanda. Además,
alabó en 1903 concretamente el informe de una comisión del gobierno de
EEUU que defendía un patrón cambio-oro en China y otros países con plata
del Tercer Mundo, una maniobra de economistas y políticos progresistas
para incluir a esas naciones en un bloque del dólar oro dominado y
dirigido por EEUU (Keynes 1971: pp. 60-85; ver también Parrini y Sklar
1983; Rosenberg 1985).
De
hecho Keynes anhelaba explícitamente que llegara un tiempo en que el
patrón oro desaparecería completamente, para ser reemplazado por un
sistema más “científico” basado en una pocas divisas claves en papel
moneda. “La preferencia por una moneda de reserva tangible”, opinaba
Keynes, es “una reliquia de un tiempo en que los gobiernos eran menos
fiables en esos asuntos de lo que lo son ahora” (1971: p. 51). Aquí está
el anticipo del famoso rechazo de Keynes por el oro como una “reliquia
bárbara”. Más en general, las primeras opiniones monetarias de Keynes
presagiaban el desastroso patrón cambio-oro diseñado por Gran Bretaña
durante la década de 1920, así como el profundamente defectuoso plan de
Bretton Woods de un dólar-oro dirigido impuesto por Estados Unidos (con
la ayuda de Gran Bretaña y Lord Keynes) al final de la Segunda Guerra
Mundial.
Sin
embargo el economista de Cambridge no se contentaba con defender el
status quo del cambio-oro en la India. Creyendo que la marcha hacia una
inflación controlada no se producía suficientemente rápido, pedía la
creación de un banco central (o “banco del Estado”) para la India,
permitiendo así la centralización de las reservas, mucha más elasticidad
monetaria y mucha más expansión monetaria e inflación. Aunque fue
incapaz de convencer a la Comisión Real de que se posicionara en apoyo
de un banco central, fue muy influyente en su informe final.
El
informe incluía su opinión sobre el banco central en un apéndice y
Keynes también lideraba el duro interrogatorio de los testimonios a
favor del patrón oro y contra el banco central. Una interesante nota a
pie de página en el asunto fue la reacción al apéndice de Keynes sobre
banca central por parte de su antiguo profesor, Alfred Marshall.
Marshall escribió a Keynes que estaba “embelesado por él como prodigio
de trabajo constructivo” (ibíd.: p. 268).
A
Keynes generalmente le gustaba abordar la teoría económica para
resolver problemas prácticos. Su motivo principal para ocuparse de la
cuestión de la moneda india era defender la obra de su primer y más
importante padrino político, Edwin Samuel Montagu, de las influyentes
familias Montagi y Samuel de la banca internacional londinense. Montagu
había sido presidente de la Cambridge Union, la sociedad universitaria
de debate, cuando Keynes era universitario y Keynes se convirtió en uno
de sus favoritos. En las elecciones generales de 1906, Keynes hizo
campaña para la exitosa campaña de Montagu por un escaño parlamentario
como liberal.
A
finales de 1912, cuando Montagu era Subsecretario de Estado para la
India, se produjo un escándalo en las finanzas indias. El gobierno
indio, del que Montagu era el segundo al mando, hay contratado
secretamente con la empresa bancaria Samuel Montagu and Company una
compra de plata. Resultó que había una gran carga de nepotismo en este
contrato. Lord Swaythling, un socio importante en la empresa, era el
padre del subsecretario Edwin S. Montagu; otro socio, Sir Stuart Samuel,
era el hermano de Herbert Samuel, director general de correos del
gobierno Asquith (ver Skidelsky 1983: p. 273).
Vendiendo la Teoría General
La
teoría general fue, al menos a corto plazo uno de los libros de éxito
más deslumbrante de todos los tiempos. En unos pocos años, su
“revolucionaria” teoría había conquistado a la profesión económica,
mientras que la economía pasada de moda se mandaba, sin honores ni loas,
al basurero de la historia.
¿Cómo
se logró esto? Keynes y sus seguidores dirían, por supuesto, que la
profesión simplemente aceptó una verdad sencillamente evidente. Y aún
así La teoría general no era verdaderamente revolucionaria en absoluto
sino sencillamente falacias mercantilistas e inflacionistas viejas y a
menudo refutadas vestidas con brillantes nuevos ropajes, llena de jerga
recién inventada y en buena parte incomprensible. Entonces ¿cómo tuvo
este éxito?
Parte
de la razón, como ha apuntado Schumpeter, es que los gobiernos, así
como el clima intelectual de la década de 1930 estaban maduros para esta
conversión. Los gobiernos siempre buscan nuevas fuentes de ingresos y
nuevas formas de gastar dinero, a menudo no sin desesperación; y aún así
la ciencia económica, durante más de un siglo había advertido
agriamente contra la inflación y el gasto en déficit, incluso en tiempos
de recesión.
Los
economistas (a quienes Keynes iba a englobar en una categoría y
considerar desdeñosamente como “clásicos” en La teoría general) eran los
gruñones de la fiesta, echando sombras a los intentos del gobierno de
aumentar su gasto. Ahora venía Keynes, con su moderna economía
“científica” diciendo que los antiguos economistas “clásicos” estaban
completamente equivocados: que por el contrario, la tarea moral y
científica del gobierno era gastar, gastar y gastar, incurrir en déficit
sobre déficit para salvar a la economía de vicios como el ahorro y los
presupuestos equilibrados y el capitalismo desbocado y generar
recuperación de la depresión. ¡Qué bienvenida fue la economía keynesiana
por todos los gobiernos del mundo!
Además,
los intelectuales en todo el mundo estaban siendo convencidos de que el
capitalismo del laissez faire no podía funcionar y de que era
responsable de la Gran depresión. El comunismo, el fascismo y las
distintas formas de socialismo y economía controlada se hicieron
populares por esa razón durante la década de 1930. El keynesianismo se
ajustaba perfectamente a este clima intelectual.
Pero
había también fuertes razones internas para el éxito de La teoría
general. Al vestir su nueva teoría con una jerga impenetrable, Keynes
creaba una atmósfera en la que solo los valientes economistas jóvenes
podrían entenderla nueva ciencia: ningún economista de más de treinta
años podía entender la Nueva Economía. Los economistas mayores, que
comprensiblemente no tenían paciencia para las nuevas complejidades,
tendían a rechazar La teoría general como algo sin sentido y rechazaban
ocuparse de la obra formidablemente incomprensible. Por otro lado, los
jóvenes economistas y universitarios, inclinados al socialismo,
aprovechaban las nuevas oportunidades y se entregaban a la provechosa
tarea de averiguar de qué iba La teoría general.
Paul
Samuelson ha escrito acerca de la alegría de tener menos de 30 años
cuando se publicó La teoría general en 1936, exultando, con Wordswoth,
“La dicha estaba en estar vivo en ese amanecer, pero ser joven era el
mismo cielo”. Aún así, este mismo Samuelson que aceptaba entusiastamente
la nueva revelación también admitía que La teoría general “es un libro
mal escrito, mal organizado. (…) Abunda en embrollos de confusiones. (…)
Pienso que no digo nada secreto cuando afirmo solemnemente (a partir de
la base los comentarios recogidos personalmente) que nadie más en
Cambridge, Massachusetts, realmente sabía de qué iba durante doce o
dieciocho meses tras la publicación” (Samuelson [1946] 1948: p. 145;
Hodge 1986: pp. 21-22).
Debe
recordarse que la ahora familiar cruz keynesiana, los diagramas de
IS-LM y el sistema de ecuaciones no estaban disponibles para quienes
trataban desesperadamente comprender La teoría general cuando se publicó
el libro: de hecho llevó de 10 a 15 años de incontables horas de
trabajo humano comprender el sistema keynesiano. A menudo, como en el
caso tanto de Ricardo como de Keynes, cuanto más oscuro es el contenido,
más éxito tiene el libro, ya que los jóvenes investigadores acuden en
masa a él, convirtiéndose en acólitos.
También
fue importante para el éxito de La teoría general el hecho de que,
igual que una gran guerra crea muchos generales, lo mismo hizo la
revolución keynesiana y su ruda eliminación de la anterior generación de
economistas creó un gran número de vacantes para jóvenes keynesianos
tanto en la profesión como en el gobierno.
Otro
factor esencial en el repentino y abrumador éxito de La teoría general
fue su origen en la universidad más cerrada del centro nacional
económico más dominante en el mundo. Durante un siglo y medio, Gran
Bretaña se había arrogado el papel dominante en economía, con Smith,
Ricardo y Mill engrandeciendo esta tradición. Hemos visto cómo Marshall
estableció su dominio en Cambridge y que la economía que desarrolló fue
esencialmente una vuelta a la tradición clásica de Ricardo/Mill.
Como
ilustre economista de Cambridge y alumno de Marshall, Keynes tenía una
ventaja importante para potenciar el éxito de la ideas de La teoría
general. Podemos decir con seguridad que si Keynes hubiera sido un
oscuro profesor de economía en una universidad pequeña del Medio Oeste
de Estados Unidos, su obra, en el improbable caso de que hubiera
encontrado editor, habría sido totalmente ignorada.
En
esos días antes de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña, no Estados
Unidos era el más prestigioso centro mundial de pensamiento económico.
Aunque la economía austriaca había florecido en Estados Unidos antes de
la Primera Guerra Mundial (con las obras de David Green, Frank A. Fetter
y Herbert J. Davenport), la década de 1920 y principios de la de 1930
fue en buena medida un periodo estéril para la teoría económica. Los
institucionalistas antiteóricos dominaron la economía estadounidense
durante este periodo, dejando un vacío que fue fácil llenar a Keynes.
También
importante para su éxito fue la tremenda talla de Keynes como
intelectual y líder político-económico en Gran Bretaña, incluyendo su
importante papel como participante, y luego severo crítico del tratado
de Versalles. Como miembro de Bloomsbury, era asimismo importante en los
círculos culturales y artísticos británicos.
Además,
debemos darnos cuenta de que en los días previos a la Segunda Guerra
Mundial solo una pequeña minoría en cada país iba a la universidad y que
el número de universidades era al tiempo pequeño y concentrado
geográficamente en Gran Bretaña- En consecuencia, había pocos
economistas o profesores de economía británicos y todos se conocían
entre sí. Esto creaba un amplio espacio para que la personalidad y el
carisma ayudaran a convertir a la profesión a la doctrina keynesiana.
La
importancia de esos factores externos como el carisma personal, la
política y el oportunismo en la carrera fueron particularmente fuertes
entre los discípulos de F.A. Hayek en la London School of Economics.
Durante los principios de la década de 1930, Hayek en la LSE y Keynes en
Cambridge fueron las antípodas en la economía británica, con hayek
convirtiendo a muchos de los principales economistas jóvenes británicos a
la teoría austriaca (es decir, misesiana) monetaria, del capital y del
ciclo económico.
Además,
Hayek, en una serie de artículos, había demolido brillantemente el
trabajo previo de Keynes, su obra en dos volúmenes Tratado del dinero, y
muchas de las falacias que exponía Hayek se aplicaban igualmente bien a
La teoría general (ver Hayek, 1931a, 1931b, 1932). Por tanto, para los
alumnos y seguidores de Hayek debe decirse que lo sabían bien. En el
ámbito de la teoría, ya habían sido inmunizados contra La teoría
general. Y aún así, a finales de la década de 1930, todos los seguidores
de Hayek se habían pasado al bando keynesiano, incluyendo a Lionel
Robbins, John R. Hicks, Abba P. Lerner, Nicholas Kaldor, G.L.S. Shackle y
Kenneth E. Boulding.
Tal
vez la conversión más asombrosa fuera la de Lionel Robbins: Solo
Robbins se había convertido a la metodología misesiana al tiempo que a
la teoría monetaria y del ciclo económico, sino que asimismo había sido
un activista radical pro-austriaco. Converso desde su asistencia al
privatseminar de Mises en Viena en la década de 1920, Robbins, altamente
influyente en el departamento de economía de la LSE había tenido éxito
en traer a Hayek a la LSE en 1931 y en traducir y publicar las obras de
Hayek y Mises.
A
pesar de ser un crítico desde hacía mucho tiempo de la doctrina
keynesiana antes de La teoría general, la conversión de Robbins al
keynesianismo aparentemente se fraguó cuando trabajó como colega de
Keynes en la planificación económica en tiempo de guerra. Hay en el
diario de Robbins una nota decidida de éxtasis que tal vez contribuyera a
su asombrosa humillación al repudiar su obra misesiana, La Gran
Depresión (1934).
El
repudio de Robbins se publicó en su Autobiografía de 1971: “siempre
consideraré este aspecto de mi disputa con Keynes como el mayor error de
mi carrera profesional y el libro que escribí como consecuencia, La
Gran Depresión, en parte como justificación de esta actitud, como algo
que desearía que se olvidara”. (Robbins 1971: p. 154). Las anotaciones
en el diario de Robbins sobre Keynes durante la Segunda Guerra Mundial
solo pueden considerarse una visión personal absurdamente entusiasta.
Aquí está Robbins en una conferencia preparatoria previa a Bretton Woods
en Atlantic City en 1944:
Keynes estaba en su modo más lúcido y persuasivo: y el efecto era irresistible (…). Keynes debe ser uno de los hombres más notables que haya vivido nunca: la rápida lógica, la amplia visión, sobre todo la incomparable sensación del ajuste de las palabras, todo se combina para hacer algo varios grados más allá del límite de los logros humanos ordinarios. (Ibíd.: p. 193).
Solo Churchill, continúa diciendo Robbins, es de una estatura comparable. Pero Keynes es mayor, pues él
utiliza el estilo clásico de nuestra vida y lenguaje, es cierto, pero se ve atravesado por algo que no es tradicional, una cualidad única no terrenal de la que uno solo puede decir que es puro genio. Los estadounidenses se sentaban en trance mientras el visitante, como un dios, cantaba y la luz dorada le rodeaba. (Ibíd.: p. 208-212 cf. Hession 1984: p. 342).
Este
tipo de adulación solo puede significar que Keynes poseía algún tipo de
fuerte magnetismo personal al que era susceptible Robbins.#
Esencial
en la estrategia de Keynes de engañar con La teoría general había dos
afirmaciones: primero, que estaba revolucionando la teoría económica, y
segundo, que era el primer economista (aparte de unos pocos personajes
“subterráneos”, como Silvio Gesell) que se concentraba en el problema
del desempleo. Todos los economistas anteriores, a los que despreciaba
conjuntamente como “clásicos”, decía, suponían un pleno empleo e
insistían en que le dinero no era sino un “velo” para los procesos
reales y por tanto no era una presencia perturbadora en la economía.
Uno
de los conceptos más desafortunados de Keynes fue su errónea
interpretación de la historia del pensamiento económico, ya que su
devota legión de seguidores aceptó las erróneas opiniones de Keynes en
La teoría general como la última palabra sobre el asunto. Algunos de los
errores altamente influyentes de Keynes pueden atribuirse a la
ignorancia, ya que tuvo poca formación en la materia y principalmente
leía obras de sus colegas de Cambridge. Por ejemplo, es un burdamente
distorsionado resumen de la ley de Say (“la oferta crea su propia
demanda”), crea un hombre de paja y procede a demolerlo con facilidad
(1936: p. 18).
Esta
reescritura errónea y engañosa de la ley de Say fue posteriormente
repetida (sin citar a Say o a cualquiera de los demás defensores de la
ley) por Joseph Schumpeter, Mark Blaug, Axel Leijonhufvud, Thomas Sowell
y otros. Una mejor formulación de la ley es que la oferta de un bien
constituye demanda de uno o más de otros bienes (ver Hutt 1974: p. 3).
Pero
no puede alegarse ignorancia en la afirmación de Mises de que él era el
primer economista en tratar de explicar el desempleo o superar la
suposición de que el dinero es un mero velo que no ejerce ninguna
influencia importante en el ciclo económico de la economía. Aquí debemos
atribuir a Keynes una deliberada campaña de mendacidad y engaño, que
hoy podría llamarse eufemísticamente como “desinformación”.
Keynes
sabía muy bien de la existencia de las escuelas austriaca y de la LSE,
que habían florecido en Londres ya en la década de 1920 y más
evidentemente desde 1931- Él mismo había debatido con Hayek, el
principal austriaco en la LSE, en las páginas de Economica, la revista
de la LSE. Los austriacos en Londres atribuían el desempleo a gran
escala a mantener los salarios por encima del nivel de mercado al
combinar acción sindical y gubernamental (por ejemplo, con pagos de
seguro de desempleo extraordinariamente generosos).
Las
recesiones y ciclos económicos se atribuían a la expansión monetaria y
del crédito bancario, alimentada por el banco central, que ponía los
tipos de interés por debajo de los niveles de reales de preferencia
temporal y creaban sobreinversión en bienes de capital de orden
superior. Éstos tenían que liquidarse luego mediante una recesión, que a
su vez se producirá cuando se detenga la expansión del crédito. Aunque
no estuviera de acuerdo con este análisis, es inconcebible que Keynes
ignorara la misma existencia de esta escuela de pensamiento entonces
prominente en Gran Bretaña, una escuela que nunca se hubiera construido
ignorando el impacto de la expansión monetaria sobre el estado real de
la economía.#
Con
el fin de conquistar el mundo de la economía con su nueva teoría, era
crítico para Keynes destruir a sus rivales dentro de la misma Cambridge.
En su mente, quien controlaba Cambridge controlaba el mundo. Su rival
más peligroso era el sucesor elegido de Marshall y antiguo profesor de
Keynes, Arthur C. Pigou. Keynes empezó su campaña sistemática de
destrucción contra Pigou cuando Pigou rechazó su posición previa en el
Tratado del dinero, momento en que Keynes también rompió con su antiguo
alumno e íntimo amigo Dennis H. Robertson, por rechazar alinearse contra
Pigou.
El
error más clamoroso de La teoría general y uno que sus discípulos
aceptaron sin cuestionarlo, es la absurda explicación de la opinión de
Pigou sobre el dinero y el desempleo en la identificación de Pigou como
el principal economista “clásico” contemporáneo que supuestamente creía
que siempre hay pleno empleo y que el dinero es meramente un velo que no
causa disrupciones en la economía, ¡esto sobre un hombre que escribió
Fluctuaciones industriales en 1927 y Teoría del desempleo en 1933, en
las que explica extensamente el problema del desempleo! Además, en un
libro posterior, Pigou repudia explícitamente la teoría del velo
monetario y destaca la esencial centralidad del dinero en la actividad
económica.
Así
que Keynes arremetió contra Pigou supuestamente por sostener la
“convicción (…) de que el dinero no supone ninguna diferencia real
excepto friccionalmente y que la teoría del desempleo puede deducirse
(…) como si se basara en intercambios ‘reales’”. Todo un apéndice al
capítulo 19 de La teoría general está dedicado a atacar a Pigou,
incluyendo la afirmación de que escribía solo en términos de
intercambios y salarios reales, no salarios monetarios y en que solo
asumía niveles salariales flexibles (Keynes 1936: pp. 19-20, pp.
272-279).
Pero,
como apunta Andrew Rutten, Pigou realizó un análisis “real” solo en la
primera parte de su libro: en la segunda parte, no solo introducía el
dinero sino que apuntaba que cualquier abstracción del dinero
distorsiona el análisis y que el dinero es crucial para cualquier
análisis del sistema de intercambio. El dinero, dice, no puede
abstraerse ni actuar de manera neutral, así que “la tarea de esta parte
debe ser determinar de qué forma el factor monetario hace que la
cantidad media y la fluctuación en el empleo sean distintos de los que
habrían sido en otro caso”.
Por
tanto, añadía Pigou, “es ilegítimo abstraerse del dinero [y] dejar todo
lo demás igual. La abstracción propuesta es del mismo tipo que
supondría pensar quitando el oxígeno de la tierra y suponer que la vida
humana continúa existiendo” (Pigou 1933: pp. 185, 212).# Pigou
analizaba extensamente la interacción de la expansión monetaria y los
tipos de interés junto con los cambios en las expectativas y explicaba
explícitamente el problema de los salarios monetarios y los precios y
salarios “rígidos”.
Así
que está claro que Keynes tergiversó seriamente la postura de Pigou y
que esta tergiversación era deliberada, ya que si Keynes había leído
cuidadosamente a algunos economistas, sin duda leyó a los más
importantes de Cambridge, como era Pigou. Aún así, como escribe Rutten,
“Estas conclusiones no deberían ser una sorpresa, ya que hay bastantes
evidencias de que Keynes y sus seguidores tergiversaron a sus
predecesores” (Rutten 1989: p. 14). El hecho de que Keynes se dedicara a
un engaño sistemático y de que sus sucesores continuaran repitiendo el
cuento de hadas acerca del ciego “clasicismo” de Pigou muestra que hay
una razón más profunda para la popularidad de su leyenda en círculos
keynesianos. Como escribe Rutten:
Hay una posible explicación de la repetición del cuento de Keynes y los clásicos. (…) Es que el cuento habitual es popular porque ofrece simultáneamente una explicación y una justificación del éxito de Keynes: sin la Teoría General seguiríamos estando en la edad oscura de la economía. En otras palabras, el cuento de Keynes y los Clásicos es una evidencia para la Teoría General. De hecho su uso sugiere que puede ser la evidencia más convincente disponible. En este caso, la prueba de que Pigou no sostenía la postura a él atribuida es (…) una evidencia contra Keynes. (…) [Esta conclusión] genera la seria pregunta del estado metodológico de una teoría que de basa tan fuertemente en una evidencia falsificada. (ibíd.: p. 15).
En
su crítica de La teoría general, Pigou fue adecuadamente desdeñoso
acerca de la “macedonia de tergiversaciones” de Keynes y aún así fue tal
el poder de esta marea de opinión (o del carisma de Keynes) que para
1950, tras la muerte de Keynes, Pigou había realizado el mismo tipo de
abyecta retractación en la que se vio envuelto Lionel Robbins, a quien
Keynes había intentado por mucho tiempo hacer que luchara a su favor.
(Pigou 1950; Johnson y Johnson 1978: p. 179; Corry 1978: p. 11-12).
Pero
Keynes empleó tácticas en la venta de La teoría general distintas de la
confianza en su carisma y el engaño sistemático. Se ganó el favor de
sus estudiantes alabándoles de forma extravagante y les colocó
deliberadamente contra los no keynesianos en a facultad de Cambridge
ridiculizando a sus colegas delante de sus estudiantes y animándoles a
acosar a sus colegas de facultad. Por ejemplo, Keynes incitaba a sus
alumnos con particular saña contra Dennis Robertson, su antiguo amigo.
Como
Keynes sabía demasiado bien, Robertson era dolorosa y
extraordinariamente tímido, hasta el punto de comunicare con su veterano
y fiel secretario, cuya oficina estaba contigua a la suya, solo
mediante memorandos escritos. Las lecciones de Robertson estaban
completamente escritas por adelantado y a causa de su timidez rechazaba
responder a cualquier pregunta o implicarse en cualquier discusión con
sus estudiantes o sus colegas. Así que era una tortura especialmente
diabólica para los discípulos radicales de Keynes, liderados por Joan
Robinson y Richard Kahn, perseguir y burlarse de Robertson, acosándolo
con preguntas maliciosas y retándolo a debatir (Johnson y Johnson 1978:
p. 136 y ss.).
La economía política de Keynes
En
La teoría general Keynes establecía una sociología político-económica ,
dividiendo a la población de cada país en varias clases económicas
rígidamente separadas, cada una con sus propias leyes de comportamiento y
características, cada una conllevando su propia evaluación moral.
Primero está la masa de los consumidores: bobos, robóticos, con su
comportamiento fijo y totalmente determinado por fuerzas externas. En
expresión de Keynes, la fuerza principal es una proporción rígida de su
renta real, a saber, su “función de consumo” determinada.
Segundo,
hay un subgrupo de consumidores, un problema eterno para la humanidad:
los insufribles ahorradores burgueses, quienes practican las sólidas
virtudes puritanas del ahorro y la previsión, a quienes Keynes, el
aspirante a aristócrata, despreció toda su vida. Todos los economistas
anteriores, incluyendo ciertamente a Smith, Ricardo y Marshall, habían
alabado a los ahorradores por crear capital a largo plazo y por tanto
ser responsables de las enormes mejoras a largo plazo en el nivel de
vida de los consumidores. Pero Keynes, en juego de prestidigitación,
negó el enlace evidente entre ahorro e inversión, afirmando por el
contrario que ambos no tienen relación.
De
hecho, escribió, los ahorros son una rémora para el sistema: “drenan”
la corriente de gasto, causando así recesión y desempleo. Por tanto
Keynes, como Mandeville a principios del siglo XVIII fue capaz de
condenar el ahorro: por fin obtuvo su revancha de la burguesía.
Pero
asimismo al separar los rendimientos de intereses del precio del tiempo
o de la economía real y hacerlos solo un fenómeno monetario, Keynes
podía defender, como eje de su programa político básico, la “eutanasia
de la clase rentista”: es decir, la expansión del estado de la cantidad
de dinero suficiente como para rebajar el tipo de interés hasta cero,
acabando así por fin con los odiosos acreedores. Debería advertirse que
Keynes no quería acabar con la inversión: por el contrario, mantenía que
los ahorros y la inversión eran fenómenos separados. Así podía defender
rebajar el tipo de interés a cero como medio para maximizar la
inversión mientras que se minimizaba (si no se erradicaba) el ahorro.
Como
afirmaba que el interés era puramente un fenómeno monetario, Keynes
podía asimismo separar luego la existencia de un tipo de interés de la
escasez de capital. De hecho, creía que el capital realmente no es
escaso en absoluto. Así que Keynes declaraba que su sociedad preferida
“significaría la eutanasia del rentista y consecuentemente la eutanasia
de acumulativo poder opresivo del capitalista para explotar el valor de
escasez del capital”.
Pero
el capital no es realmente escaso: “El interés hoy no recompensa ningún
sacrificio real, no más que la renta de la tierra. El propietario del
capital puede obtener intereses porque el capital es escaso, igual que
el propietario de la tierra puede obtener renta porque la tierra es
escasa. Pero mientras que puede haber razones intrínsecas para la
escasez de tierra, no hay razones intrínsecas para la escasez de
capital”. Por tanto “podríamos apuntar en la práctica (…) a un aumento
en el volumen de capital hasta que deje de ser escaso, de forma que el
inversor sin funciones [el rentista] ya no reciba una prima”. Keynes
dejaba claro que buscaba una aniquilación gradual del rentista “sin
funciones”, en lugar de cualquier tipo de trastorno repentino (Keynes
1936: pp. 375-376; ver también Hazlitt [1959] 1973: pp. 379-384).#
Luego
Keynes se ocupaba de la tercera clase económica, hacia la cual estaba
algo mejor dispuesto: los inversores. En contraste con los pasivos y
robóticos consumidores, los inversores no están determinados por una
función matemática externa. Por el contrario, están llenos de libre
voluntad y activo dinamismo. Tampoco son una mala rémora en la
maquinaria económica, como son los ahorradores. Son importantes
contribuidores al bienestar de todos.
En
todo caso, aquí hay un problema. A pesar de ser dinámicos y estar
llenos de libre voluntad, los inversores son criaturas erráticas con su
propio humor y caprichos. En resumen, son productivos pero irracionales.
Se ven condicionados por sus humores psicológicos y “espíritus
animales”. Cuando los inversores se sienten animados y tienen altos sus
espíritus animales, invierten mucho, pero demasiado; excesivamente
optimistas, gastan demasiado y producen inflación. Pero Keynes,
especialmente en La teoría general, no estaba realmente interesado en la
inflación: le preocupaban el paro y la recesión, causados en su opinión
descarnadamente superficial, por humores pesimistas, pérdida del
espíritu animal y por tanto escasa inversión.
El
sistema capitalista está, por tanto, en un estado de macroinestabilidad
inherente. Tal vez la economía de mercado funciones suficientemente
bien a nivel micro de oferta y demanda. Pero en el mundo macro, va a la
deriva: no hay ningún mecanismo interno que evite que su gasto agregado
sea o demasiado bajo o demasiado alto, por lo que causa recesión y
desempleo o inflación.
Resulta
interesante que Keynes llegara a esta interpretación del ciclo
económico como buen marshalliano. Ricardo y sus seguidores de la
Currency School creían correctamente que los ciclos económicos se
generaban por expansiones y contracciones del crédito económico y la
oferta monetaria, generados por un banco central, mientras que sus
oponentes de la Banking School creían que las expansiones del dinero y
el crédito bancario eran simplemente efectos pasivos de auges y declives
y que la causa real de los ciclos económicos era la fluctuación en la
especulación empresarial y las expectativas de beneficio, una
explicación muy similar a la teoría posterior de Pigou de los cambios en
el humor psicológico y el foco de Keynes en los espíritus animales.
John
Stuart Mill había sido una fiel ricardiano excepto es esta área
crucial. Siguiendo a su padre, Mill había adoptado la teoría causal de
los ciclos económicos de la Banking School, que fue luego adoptada por
Marshall (Trescott 1987; Penman 1989: pp. 88-89).
Para
encontrar una salida, Keynes presentaba una cuarta clase de sociedad.
Al contrario que los robóticos e ignorantes consumidores, este grupo se
describe como lleno de libre voluntad, activismo y conocimiento de los
asuntos económicos. Y al contrario que los desventurados inversores, no
son gente irracional, sujetos a cambios de humor y espíritus animales:
por el contrario son supremamente racionales, así como cultos, capaces
de planificar lo que es mejor para la sociedad en el presente así como
en el futuro.
Esta
clase, esta deus ex machina externa al mercado es por supuesto el
aparato del estado, encabezado por su élite gobernante natural y guiada
por la versión moderna científica de los reyes filósofos platónicos. En
resumen, los líderes del gobierno, guiados firme y sabiamente por
economistas y científicos sociales keynesianos (naturalmente encabezados
por el propio gran hombre), lo arreglarían todo. En la política y
sociología de en La teoría general, todos los cabos de la vida y
pensamiento de Keynes están fuertemente atados.
Y
así el estado, liderado por sus mentores keynesianos gestiona la
economía, controla a los consumidores ajustando impuestos y rebajando el
tipo de interés a casi cero y, en particular, realizando “una especie
de socialización omnicomprensiva de la inversión”. Keynes sostenía que
esto no significaba un socialismo de estado total, apuntando que
no es la propiedad de los instrumentos de producción lo importante a asumir por el Estado. Si el Estado es capaz de determinar la cantidad agregada de recursos dedicados a aumentar los instrumentos y el tipo de remuneración básica para aquéllos que los posean, habrá realizado todo lo que es necesario. (Keynes 1936: p. 378).
Sí,
dejemos que el estado controle completamente la inversión, su cantidad y
tipo de retorno además del tipo de interés; luego Keynes permitiría a
los individuos privados retener la propiedad formal de forma que, dentro
de la matriz general de control y dominio del estado, podría seguir
reteniendo “un amplio campo para el ejercicio de la iniciativa y la
responsabilidad privadas”. Como dice Hazlitt:
La inversión es una decisión clave en la operación de cualquier sistema económico. Y la inversión pública es una forma de socialismo. Solo la confusión del pensamiento o una deliberada duplicidad negarían esto. Porque el socialismo, como les diría a los keynesianos cualquier diccionario, significa la propiedad y control de los medios de producción por parte del gobierno. Bajo el sistema propuesto por Keynes, el gobierno controlaría toda la inversión en los medios de producción y sería propietario de la parte que haya invertido directamente. Es en el mejor de los casos una mera confusión, por tanto, presentar los métodos keynesianos como una alternativa de libre empresa o “individualista” al socialismo. (Hazlitt [1959] 1973: p. 388; cf. Brunner 1987: pp. 30, 38).
Hubo
un sistema que se hizo preeminente y estuvo de moda en Europa durante
las décadas de 1920 y 1930 que estaba precisamente marcado por esta
característica keynesiana deseada: propiedad privada, sujeta a control y
planificación omnicomprensivos del gobierno. Era, por supuesto, el
fascismo.
¿Dónde
se situaba Keynes respecto del fascismo abierto? A partir de la
dispersa información ahora disponible, no debería sorprender que Keynes
fuera un entusiasta defensor del “espíritu de empresa” de Sir Oswald
Mosley, fundador y líder del fascismo británico, al pedir un “plan
económico nacional” omnicomprensivo a finales de la década de 1930. En
1933 Virginia Woolf escribía a un amigo íntimo que temía que Keynes se
estuviera convirtiendo a “una forma de fascismo”. El mismo año, al pedir
una autosuficiencia nacional a través del control del estado, Keynes
opinaba que “tal vez a Mussolini le estén creciendo las muelas del
juicio” (Keynes 1930b, 1933: p. 766; Johnson y Johnson 1978: p. 22;
sobre la relación entre Keynes y Mosley, ver Skidelsky 1975: pp. 241,
305-306; Mosley 1968: pp. 178, 207, 237-238, 253; Cross 1963: pp.
35-36).
Pero
la evidencia más convincente de la fuerte inclinación fascista de
Keynes fue el prólogo especial que preparó para la edición alemana de La
teoría general. Esta traducción alemana, publicada a finales de 1936,
incluía un prólogo especial para los lectores alemanes de Keynes y el
régimen nazi bajo el que se publicó. No es soprendente que la idólatra
Vida de Keynes de Harrod no haga ninguna mención a este prólogo, aunque
fue incluido dos décadas más tarde en el séptimo volumen de la Obras
escogidas junto con sus prólogos a las ediciones japonesa y francesa.
El
prólogo alemán, que apenas ha recibido comentarios extensos por parte
de los exégetas keynesianos, incluye las siguientes declaraciones de
Keynes: “En todo caso la teoría de la producción en su conjunto, que es
lo que el siguiente libro pretende ofrecer, es mucho más fácil de
adaptarse a las condiciones de un estado totalitario, que la teoría de
la producción y distribución de una producción dada bajo condiciones de
libre competencia y de laissez faire” (Keynes 1973 [1936]: p. xxvi. Cf.
Martin 1971: pp. 200-205; Hazlitt [1959] 1973: p. 277; Brunner 1987: p.
38 y ss..; Hayek 1967: p. 346).
Respecto
del comunismo, Keynes era menos entusiasta. Por un lado, admiraba a los
jóvenes e intelectuales comunistas ingleses de finales de la década de
1930 porque le recordaban, por raro que parezca, a los “típicos
caballeros ingleses inconformistas que (…) hicieron la reforma, lucharon
en la gran rebelión, ganaron nuestras libertades civiles y religiosas y
humanizaron a las clases trabajadoras en el último siglo”. Por otro
lado, criticaba a los jóvenes comunistas de Cambridge por el reverso de
la moneda de la reforma/la gran rebelión: eran puritanos. El
antipuritanismo de toda la vida de Keynes aparecía en la pregunta. ¿Se
desilusionaban los estudiantes de Cambridge cuando iban a Rusia y la
“encontraban terriblemente incómoda? Por supuesto que no. Es lo que
están buscando” (Hession 1984: p. 265).
Keynes
rechazaba firmemente el comunismo tras su propia visita a Rusia en
1925. No le gustaron el terror y el exterminio masivos, causados en
parte por la velocidad de la transformación revolucionaria y en parte,
también, opinaba Keynes, por “cierta bestialidad en la naturaleza rusa, o
en las naturalezas rusa y judía cuando, como ahora, se alían”. También
tenía serías dudas de que “el comunismo ruso” fuera capaz de “hacer a
los judíos menos avariciosos” (Keynes 1925: pp. 37, 15).
De
hecho Keynes era antisemita desde hacía mucho.# En Eton, Maynard
escribió un ensayo titulado “Las diferencias entre Oriente y Occidente”
en el que condenaba a los judíos como gente oriental que, a causa de
“instintos profundamente enraizados que son antagónicos y por tanto
repulsivos para los europeos”, ya no podían ser asimilados por la
civilización occidental como no puede forzarse a los gatos a amar a los
perros (Skidelsky, 1986: p. 92). Más tarde, como funcionario británico
en la conferencia de paz de París, Keynes escribió de su gran admiración
por el brutal ataque antisemita Lloyd George sobre el ministro francés
de finanzas, Louis-Lucien Klotz, que había tratado de exprimir a los
derrotados alemanes para obtener más oro a cambio de aliviar el bloqueo
aliado de alimentos.
Primero,
aquí está la descripción de Klotz por Keynes: “Un judío, bajo,
rechoncho y con gran bigote, bien vestido, bien conservado, pero con un
ojos inquieto, errante y con sus hombros algo inclinados con un
desprecio instintivo”. Luego Keynes describía el dramático momento:
Lloyd George siempre le había odiado y ahora mostraba en un santiamén que podía matarle. Hombres y mujeres se morían de hambre, gritaba, y aquí estaba M. Klotz haciendo el imbécil con su “ooro”. Se inclinó hacia delante y con un gesto de sus manos y mostró ante todos el gesto la imagen de un espantoso judío aferrando una bolsa de dinero. Sus ojos brillaban y las palabras salían sin contemplaciones tan violentas que casi parecían escupirle. El antisemitismo, no lejano bajo la superficie de una asamblea como ésa, estaba en los corazones de todos. Todos miraban a Klotz con un momentáneo desdén y odio: el pobre hombre se encorvaba en si asiento visiblemente atemorizado. Apenas sabíamos lo que estaba diciendo Lloyd George, pero las palabras “ooro” y Klotz se repetían y cada vez con un desdén exagerado.
En
ese punto, Lloyd George llegó al clímax de su actuación: dirigiéndose
al premier francés, Clemenceau, le advirtió que salvo que los franceses
cesaran en sus tácticas obstruccionistas en contra de alimentar a los
derrotados alemanes, tres nombres aparecerían en la historia como
arquitectos del bolchevismo en Europa, Lenin y Trotsky y… como escribió
Keynes, “El Primer Ministro se interrumpió. En toda la sala podíamos ver
a todos sonriendo y susurrando a su vecino ‘Klotsky’” (Keynes 1949: p.
229; Skidelsky 1986: 360, 362).
Lo
que pasa es que Keynes, a quien nunca antes le había gustado
particularmente Lloyd Goerge, se vio convencido por esta muestra de
salvaje pirotecnia antisemita de George. “Puede ser asombroso cuando se
está de acuerdo con él”, declaraba Keynes. “Nunca había admirado más sus
extraordinarios poderes” (1949: p. 225).#
Pero
la principal razón del rechazo del comunismo de Keynes era simplemente
que apenas podía identificarse con el mugriento proletariado. Como
escribió Keynes tras su viaje a la Rusia soviética: “¿Cómo puedo adoptar
un credo que, prefiriendo al barro al pez, exalta al zafio proletariado
por encima de la burguesía y la intelectualidad que (…) son la calidad
en la vida e indudablemente llevan las semillas de todos los progresos
humanos?” (Hession 1984: p. 224).
Rechazando
el socialismo proletario del Partido Laborista Británico, Keynes dijo
algo descarnado similar: “Es una guerra de clases y la clase no es mi
clase. (…) La guerra de clases me encontrará en el lado de la burguesía
educada” (Brunner 1987: p. 28). John Maynard Keynes fue siempre un
miembro de la aristocracia británica y no estaba dispuesto a olvidarlo.
Resumiendo
¿Fue
Keynes, como mantuvo Hayek, un “estudioso brillante”? Difícilmente
“estudioso”, ya que Keynes leyó poquísima literatura económica: era más
un bucanero que tomaba un poco de conocimiento y lo usaba para imponer
al mundo su personalidad y falsas ideas, con una actuación continuamente
alimentada por una arrogancia al borde de la egolatría. Pero Keynes
tuvo la fortuna de nacer dentro de la élite británica, ser educado
dentro de los más altos círculos económicos (Eton/Cambridge/Apóstoles) y
ser elegido especialmente por el poderoso Alfred Marshall.
Tampoco
“brillante” es una palabra muy apropiada. Está claro que Keynes fue
bastante brillante, pero sus cualidades más importantes fueron su
arrogancia, su ilimitada autoconfianza y su ávida voluntad de poder, de
dominación, de abrirse camino en las artes, las ciencias sociales y el
mundo de la política.
Además,
tampoco puede considerarse a Keynes como un “revolucionario” en ningún
sentido real. Poseía la inteligencia táctica para disfrazar antiguas
falacias estatistas e inflacionistas con jerga pseudocientífica moderna,
haciendo que parecieran los últimos descubrimientos de la ciencia
económica. Keynes era por tanto capaz de subirse a la ola del estatismo y
el socialismo, de las economías gestionadas y planificadas. Keynes
eliminó el antiguo papel de la teoría económica como aguafiestas para
planes inflacionistas y estatistas, liderando una nueva generación de
economistas hacia el poder académico y el dinero y los privilegios
políticos.
Un
término más apropiado para Keynes sería “carismático” (no en el sentido
de conseguir la lealtad de millones, sino de ser capaz de embaucar y
seducir a gente importante), de padrinos a políticos a estudiantes e
incluso a economistas opositores. Un hombre que pensaba y actuaba en
términos de poder y dominación brutal, que vilipendiaba el concepto de
principio moral, que fue un enemigo eterno y declarado de la burguesía,
los acreedores y de la clase media ahorradora, que fue un mentiroso
sistemático, retorciendo la verdad para ajustarla a su planes, que fue
un fascista y un antisemita, Keynes fue sin embargo capaz de convencer a
oponentes y competidores.
A
pesar de que animaba a sus estudiantes contra sus colegas, era capaz de
engañar a esos mismos colegas para que se rindieran intelectualmente.
Acosando y machacando injustamente a Pigou, Keynes fue aún así capaz al
menos más allá de la tumba, de arrancar una abyecta retractación de su
viejo colega. Igualmente inspiró a su antiguo enemigo Linel Robbins a
alabarlo absurdamente en su diario acerca del halo dorado alrededor la
cabeza “de dios” de Keynes. Fue capaz de convertir al keynesianismo a
bastantes hayekianos y misesianos que deberían haber tenido más
conocimiento (e indudablemente lo tenían): además de Abba Lerner, John
Hicks, Kenneth Boulding, Nicholas Kaldor y G.L.S. Shackle en Iglaterra,
estuvieron también Fritz Machlup y Gottfried Haberler de Viena, que
recalaron en Johns Hopkins y Harvard, respectivamente.
De
todos los misesianos de principios de la década de 1930, el único
economista completamente libre de verse afectado por la doctrina y
personalidad de Keynes fue el propio Mises. Y Mises, en Ginebra y luego
durante años en Nueva York sin un puesto de profesor, fue eliminado de
la escena académica influyente. A pesar de que Hayek se mantuvo
antikeynesiano, también se vio afectado por el carisma de Keynes. A
pesar de todo, Hayek estaba orgulloso de calificar a Keynes de amigo y
de hecho promovió la leyenda de que Keynes, al final de su vida, iba a
renegar de su propio keynesianismo.
La
evidencia de la supuesta conversión en el último momento de Keynes es
notablemente débil (basada en dos acontecimientos en los últimos años de
la vida de Keynes). Primero, en junio de 1944, tras leer Camino de
servidumbre, Keynes, entonces en el pináculo de su carrera como
planificador del gobierno en tiempo de guerra mandó una nota a Hayek
calificándolo como “un gran libro (…) moral y filosóficamente me veo de
acuerdo con prácticamente todo él”. ¿Pero por qué debería esto
interpretarse como algo más que una nota educada a un amigo informal con
ocasión de su primer libro de éxito popular?
Además,
Keynes dejó claro que, a pesar de sus amigables palabras, nunca aceptó
la tesis esencial de la “ladera resbaladiza” de Hayek, es decir, que el
estatismo y la planificación central llevaban directos al totalitarismo.
Por el contrario, Keynes escribió que “una planificación moderada
estará bien si los que la realizan están correctamente alineados en sus
ideas y corazones con la parte moral”. Por supuesto, esta frase suena a
cierta, pues Keynes siempre creyó que el nombramiento de hombres buenos,
es decir, de sí mismo y los técnicos y estadistas de su clase social,
era la única salvaguarda necesaria para controlar los poderes de los
gobernantes (Wilson 1982: pp. 64 y ss.).
Hayek
ofrece otra pequeña evidencia de la supuesta retractación de Keynes,
que ocurrió durante su último encuentro con Keynes en 1946, el último
año de la vida de éste. Hayek informa:
En un momento de la conversación le pregunté si estaba preocupado o no acerca de algo que estuvieran haciendo sus discípulos con sus teorías. Después de algún comentario de compromiso acerca de las personas afectadas, me aseguró: esas ideas no se necesitaban en el momento en que las emitió. Pero no tenía que alarmarme: si alguna vez se convertían en peligrosas, podía creerla en que volvería a hacer cambiar a la opinión pública, indicando con un rápido movimiento de su mano lo rápidamente que se haría. Pero tres meses después estaba muerto. (Hayek 1967b: p. 348).#
Aún
así, esto difícilmente sería un Keynes al borde de la retractación. Más
bien es un Keynes añejo, un hombre que siempre pone su ego soberano por
encima de cualquier principio, por encima de cualquier mera idea, un
hombre entusiasmado con el poder que tenía. Podía cambiar el mundo y
haría, enderezarlo chasqueando los dedos, como presumía de hacerlo hecho
en el pasado.
Además
la declaración era también un Keynes añejo en términos de su opinión
sostenida desde hacía tiempo de actuar adecuadamente según estuviera
dentro o fuera del poder. En la década de 1930, eminente pero fuera del
poder, podía hablar y actuar “un poco salvajemente”, pero ahora que
disfrutaba de un ato cargo en el poder, era momento de rebajar el tono
hasta la “licencia poética”. Joan Robinson y los demás marxistas
keynesianos estaban cometiendo el error, desde el punto de vista de
Keynes, de no subordinar sus ideas a los requisitos de su prodigiosa
posición de poder.
Así
que también Hayek, aunque nunca sucumbió a las ideas de Keynes, sí cayó
bajo su carismática palabra. Además de crear la leyenda del cambio de
opinión de Keynes, ¿por qué Hayek no demolió La teoría general igual que
hizo con el Tratado del dinero de Keynes? Hayek admitió como un error
estratégico que no se había preocupado de hacerlo porque era conocido
que Keynes cambiaba de ideas, así que Hayek no pensó que La teoría
general fuera a durar. Además, como han notado Matk Skousen en el
capítulo 1 de este volumen, Hayek aparentemente se anduvo con
miramientos en la década de 1940 para evitar interferir la financiación
keynesiana británica del esfuerzo de guerra, sin duda un ejemplo
desafortunado de la verdad sufriendo a manos de una supuesta eficacia
política.
Los
economistas posteriores continuaron labrando una línea revisionista,
manteniendo absurdamente que Keynes fue sencillamente un pionero benigno
de la teoría de la incertidumbre (Shackle y Lachmann) o que fue un
profeta de la idea de que los costes de investigación eran muy
importantes en el mercado laboral (Clower y Leijonhufvud). Nada de esto
es cierto. Que Keynes fue un keynesiano (de ese muy ridiculizado sistema
keynesiano ofrecido por Hicks, Hansen, Samuelson y Modigliani) es la
única explicación que tiene algún sentido en la economía keynesiana.
Aún
así Keynes fue mucho más que un keynesiano. Por encima de todo, fue la
extraordinariamente perniciosa y maligna figura que hemos examinado en
este capítulo: un Maquiavelo estatista encantador por hambriento de
poder, que encarnó algunas de las tendencias e instituciones más
malévolas del siglo XX.
Publicado el 18 de noviembre de 2009. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
ENLACES/FUENTES:
http://es.wikipedia.org/wiki/John_Maynard_Keynes
https://es.wikipedia.org/wiki/Keynesianismo
http://mises.org/daily/3845
http://www.amuyshondt.com/?p=616
http://www.amuyshondt.com/?cat=140
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